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Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería

Ricardo Palma

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES PERUANAS

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MIS ULTIMAS TRAMCIONES

PEÍ^URHAS

GAQSCt'^AtíSESaitA

POR.

RICARDO PALMA

Correspondiente de las Reales Academias Española y de la Historia y Diredor de la Biblioteca Nacional de Lima

BARCELONA CASA EDITORIAL MAUCCi

CALLE DE MALLORCA, 166

BUENOS AIRES MAUCCI HERMANOS

CALLE CUYO, 1070

1906

166JÍI ^ ,

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-••í^ Es propiedad de la Casa Editorial Maucci de Barcelona.

Compuesto en máquina TYPOGRAPH.— Barcelona.

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J^ Coleccionadas en cuatro volúmeneSy impresos en

Barcelona, de i8g3 á i8g5, las amenas Tradiciones que tan popular han hecho en América y España el nombre del literato peruano don Ricardo Palma^ obtuvimos su aquiescencia para compilar en este vo- lumen sus escritos del género tradicional é histórico posteriores á iSgS^ con lo cual estamos seguros de haber complacido á gran número de lectores.

Las obras del señor Palma , para honra suya, no necesitan ya de prólogos encomiásticos. No obstan^ /e, y en obsequio á los pocos que desconozcan la personalidad literaria del autor^ reproducimos el Juicio que y en i8g5, apareció en el 4cD¡ar¡o de Bar- celona», en lo cual tributamos á la ve\ un home^ naje de afecto á la memoria del ilustre periodista catalán señor Miquel y Badla^ otro articulo que apareció en la prensa española de ü^ueva York y otro del señor bañados Espinosa.

El Editor.

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Ríe AR.DO PALMA

De dos grandes escritores modernos puede decirse que han sido maestros de estilo en Hispano-América:— Juan Montalvo y RicAPDO Palma. El uno fué todo fuerza; el otro es todo gracia; y ambos han trabajado primores en la lengua castellana. Mon- talvo dejó más numerosa familia de discípulos, porque enseñó la expresión viril del combate, las agrias notas del despecho, la risa nerviosa de la ironía y los sublimes acentos de la ira, á una generación ardiente, ansiosa de luchar, á la cual hacía falta el rayo de la palabra, y él se lo envió en las magníficas explosiones de su olímpica soberbia.

Los discípulos de Ricardo Palma son más escasos; porque el arte que él enseña es más difícil, y hay que venir á él con diploma de suficiencia firmado de puño y letra de la Naturale- za misma. Se ha de nacer con genio de pintor y con ingénita vis cómica; se ha de saber observar, y sentir lo que se obser- va; se ha de poseer la facultad eminentemente artística de usar con el lado débil que las más graves cosas humanas tie- nen, por donde quien graves las dispuso, olvidóse de hacerlas invulnerables á la riente malicia de la crítica.

Dotado así el pintor de costumbres, viene á adiestrarle el aprendizaje del dibujo y del colorido, eso que en literatura se llama lenguaje y estilo.

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10 RICARDO PALMA

Ricardo Palma ha sido periodista batallador, y es poeta de ñequísima vena; pero sobre todos esos títulos á la fama, está el que le ha conquistado el don soberano de la originalidad, revelada en sus admirables Tradiciones. En este género no tíene predecesores ni rivales. Lo encontró por una revelación de su ingenio, que ansiaba por darse un campo propio. Allí es- taban, sin que nadie los tocase, los empolvados archivos; por ahí discurrían las populares leyendas, sin que nadie se dignara desprenderlas de los labios del vulgo para ennoblecer su for- ma con las galas del lenguaje; ahí se estaba muerta y olvidada toda una época brillante ó anecdótica, •tciste ó festiva, sangrien- ta ó generosa, con sus figura^ •elar^^sticas y sus originales costumbres, sin que á nadie se le ocurriese abrir el viejo ar- mario, sacudir el polvo, .matí»r fáijpolilJ^/yrsítéar al sol toda esa caterva de dominadores con sli atíígafráda parafernali^ colonial, exponiéndolos á la vista de las nuevas generaciones, para que con tan instructiva y amena exhibición recuerden, aprendan y sonrían.

Ricardo Palma descubrió el filón, lo trabajó con el pro- digioso instrumento de su estilo, y á todos nos ha enriquecido con el oro que de allí sacara, aventándolo á puñados por el campo de nuestra literatura.

Sus cuadros son pinturas vivas. Contemplándolos se ponen delante de nuestra retina las cosas, los hombres y los tiempos que ya no son. En ellos desfíla todo un siglo, y á veces se siente discurrir por los nervios una sensación de terror re- trospectivo:—se cree uno en plena colonia, en presencia díe aquellos temidos y rumbosos virreyes, de aquellos ceñudos ca- pitanes y de aquellos magistrados atrabiliosos, con cara de ley marcial. Por fortuna, el gran pintor, que adivina nuestro miedo pueril, no lo deja convertirse en temor de varón fuerte, y sonriendo donosamente, da un papirotazo al espantajo, como diciéndonos:— «No le temáis, que es una excelente persona.» Y entonces advierte uno que el artista ha estirado un tantico las comisuras de las bocas severas, y que ha rebajado no poco la ominosa curva de las ojivales cejas, con lo cual, en efecto, se esparce en aquellos rostros vitandos cierta encantadora hon- homie que invita á la familiaridad y al buen humor.

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 11

En cuanto á los recursos de lenguaje con que cuenta Ricar- do Palma, ¿se quiere saber hasta dónde posee él y domina el idioma? No hay más que darle un puñado de vocablos reco- gidos en el arroyo, los más prosaicos y ruines, de esos que el vulgo encanalla con su hablar pedestre; y al punto se verá cómo el mago los incrusta, los combina, los dignifica y les da viso, haciéndolos entrar en su debido puesto en la hermosa escala de tonos de una frase hábilmente graduada de colores.

Pero ni el conocimiento profundo de la índole y artificios de una lengua, ni la posesión de un copioso léxico forman por solos al prosista trascendente. Se necesita algo más, es indis- pensable aquello que, con tanta gracia como acierto, nos dice el mismo Palma ser preciso para escribir buenos versos:

Forme usted líneas de medida iguales, y luego en fila las coloca juntas poniendo consonantes en las puntas; —¿Y en el medio?— ¿En el medio? ¡Ese es el cuento! Hay que poner talento.

Y es cabalmente lo que él pone, en el medio y por todas partes de sus renglones de inimitable prosa. Lo que en ella mejor reluce y más encanta, no es la palabra escogida, ni la frase bien compuesta; es el talento; es ese polvillo luminoso de ideas que á sus escritos abrillanta. A veces el estilo de Pal- ma parece caer en una sencillez tan ingenua, que las jnedianías se regocijan, porqpie se imaginan que allí pueden llegar ellas. Pero eso no es sino puro espejismo retórico. De sencillo no hay allí más que la apariencia. Un magistral alarde artístico es lo que al cabo se descubre en esas formas de engañosa na- turalidad, de las cuales, una vez que se nos ha mostrado el autor como el atleta en descuidado reposo, vuelve á la actitud estatuaria por im giro nuevo, gallardo, inesperado, que nos deja suspensos.

Ricardo Palma escribe poco por ahora. Se ha encariñado con la Bibhoteca Nacional de Lima, destruida en 1881 por las

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12 RICARDO PALMA

tropas chilenas, y á la cual se ha propuesto enriquecer. En mientes tiene un trabajo que habrá de ser interesantísimo. Su idea es escribir las monografías de los literatos españoles á quienes trató de cerca en Madrid, cuando aquel su glorioso paseo, en que tantos agasajos recibiera de los príncipes de las letras castellanas. Detiénele, sin embargo, el escrúpulo de pen- sar que, en esos artículos, habrá por fuerza de ir algo personal suyo. Y á nuestro ver, esto será justamente lo que haga más valiosos y gratos i>ara la América semejantes trabajos; porque los honores rendidos á Palma en el extranjero, vienen á ser la ratificación insospechable de la admiración y el orgullo que su egregio talento ha despertado entre sus hermanos en la raza.

N. BoLET Pbraza.

Nueva York— 1894.

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LITERATURA PERUANA

Recorrieado con la imaginación la ya larga lista de los sudamericanos sobresalientes en las letras, nos hemos dete- nido en el nombre de Ricardo Palma, cuya celebridad irradia sobre el continente como esas estrellas que vemos levantarse lentamente hasta sobreponerse á las cumbres y ocupar el cénit.

Nació en Lima, capital del Perú, en 1833, y por consiguien- te, tiene muchos años para nuestro anhelo, que se le retrata joven, y pocos para la celebridad que ha conquistado. Nos gusta el verdor para los escritores, el cielo azul para los poe- tas, y el arbusto de anchas hojas para los jardines. Palma debería tener cuarenta años, y como nosotros esperamos vivir muchos otros más, tendríamos plazo sobrado para compla- cemos en nuevas producciones de aquel atildado é ingenioso escritor. Pero el hecho es irremediable; y como no se nos ha agotado el gusto por las viejas leyendas, vayase lo uno por lo otro.

No nos sentimos con voluntad de decir todo lo que Ricardo Palma es y ha sido. Al recordar los gratos momentos que nos ha producido la lectura de sus obras, al pensar que nues- tras impresiones respecto á él son las mismas que en el con- tinente americano, y aún más allá, experimenta todo el mundo,

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14 BIOABDO PALMA

se nos ocurre exclamar: Ricardo Palma es Ricardo Palma, creyendo haberlo dicho todo; y así es la verdad. Pero el tiem- po es semejante al infinito. Tras un gran horizonte hay otro horizonte, las generaciones se suceden como las olas, las ideas cambian, el lenguaje se modifica, y si la moral permanece inmutable en su esencia, es distinta en sus aplicaciones. Todo cede al movimiento eterno de la mole y del átomo.

De aquí la necesidad de multiplicar los medios de remem- branza. No pudiendo vivir en la eternidad, procuramos durar en el recuerdo de nuestros sucesores. Mayor bien para ellos que para nosotros.

Es preciso, pues, decir algo sobre Ricardo Palma, siquie- ra sea para que el eco de su nombre repercuta en la memoria del pueblo venezolano.

Una estatua que á las márgenes del Rimac dijese: Ex aere populus memor hoc numen inscripsit, diría mucho más que una larga biografía.

Tal vez será; pero, si no fuere, conste que alguien lo piensa.

El primer libro de Palma que llegó á nuestras manos fué Tradiciones Feruanaa. ¿Tradiciones, y peruanas, y de Ricardo Palma? Pues á leer, y en pocos minutos devoramos veinte páginas. Luego advertimos que el encanto de la narración nos arrebataba, y deslumhrados con las chispas, perdimos el dia- mante, y volvimos atrás. Así lo hemos leído siempre.

La célebre ciudad de Lima nació para toda especie de ma- ravillas. Juntáronse allí hombres y cosas, institutos, magistra- dos, ordenanzas y guerreros, inspirados por el espíritu de no- vedad. Almagro y Pizarro son prodigios. Francisco de Car- vajal es único en su especie. Los virreyes, los prelados, la nobleza, el pueblo, las creencias, las costumbres, todo eso con- fundido lo retrata Palma con una naturalidad que deja de ser copia de los sucesos para convertirse en creación suya. La Venus de Milo pudiera ser copiada; pero si el copista le insuflase el aura de la vida, la copia seria superior al original. Tal sucede con las Tradiciones de Palma.

Leímos después un tomito titulado El Demonio de los Andes, que así llamaron á don Francisco de Carvajal, maestre de

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MIS ULTIMAS TBADICIONES 15

campo de Pizarro, y aquel carácter tan difícil par la multipli- cidad de fases que la rodean, como la figura geométrica de luia estrella, lo exhibe Palma, burlón, cruel, irónico, en diálo- gos cortos, llenos de gracia, siempre nuevo y siempre el mismo. Las víctimas festejadas así en presencia del verdugo y de la cuerda, debían sentir la pérdida de la vida sin el horror á la muerte. Por lo que hace al lector, embebido en la escena, posesionado de las costumbres de aquella época y de las ne- cesidades de aquella guerra, apenas lamenta que la obra de la civilización exija el sacrificio del hombre por el hombre, ya la emprenda la espada del guerrera, ya la proclame el labio del pastor evangélico. Al contemplar estos hechos tan repe- tidos en todos los períodos de la Historia, se creería que la barbarie es indestructible, y que á ella volverá la civilización recorridos todos los círculos concéntricos que trazaron sus idea- les. El mimdo entonces habría terminada su misión providen- cial, y quedaría opaco y frío como la luna. Por lo que hace á sus habitantes, ¿para qué vive quien no ama ni piensa?

Que se nos perdone esta digresión con que pagamos á las víctimas de la barbarie su sacrificio.

Pero nosotros no vemos en las obras de Palma al escritor castizo, al narrador elegante, al acusioso analizador, simple- mente: vemos al filósofo que juzga sereno de los hechos y las costumbres, y abarca en sus juicios á todos los pueblos. La savia que contienen esos juicios nutre el entendimiento, eleva el espíritu, hermosea la imaginación, despierta el orgullo patrio, y, á la par que enseña, encanta.

Cuando se lee á Palma, se siente uno americana; se pasea' uno orondo desde el Desaguadero hasta la Guayana, desde , el Istmo de Panamá hasta la Tierra del Fuego, y toma por isuyos los acontecimientos que él relata.

Mas dejar en el tintero los aplausos que corresponden al filósofo, como hablista y como narrador, no sería justo ni siquiera racional. Si Palma sorprende por la propiedad de la frase y del epíteto, admira por la facilidad y la fluidez de la narración. Ni aun en el campo ingrato de los detalles halla él guijarros, y su pluma corre veloz, ya desgranando las per- las del collar, ya recogiéndolas y ensartándolas de nuevo.

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16 RICARDO PALMA

Conoce frases, modismos y refranes que envidiaría Valera; explica lo inexplicable con la facilidad de Fray Luis de Gra- nada; conversa como Bocaccio, y refiere con la seriedad y concisión de Salustio. Siembra máximas sin la solemnidad de Tácito, pero con el desgaire filosófico que conviene al estilo y al asunto. Es un prestidigitador sin cubilete y con las manos limpias.

Su espíritu independiente y su amor á los principios le han ocasionado penas y persecuciones en la vida pública. Se le tiene por huraño, lo cual significa que no se rinde á ne- cios halagos, ni quiere perder su tiempo en fútiles devaneos. jAn! si quisiera el cielo enviamos irnos pocos de esos mons- truos, ¡qué recreaciones para nuestra amistad!

Como poeta, basta leer sus Armonías y Pasionarias para acor- darle los resplandores de la imaginación. Versifica con faci- lidad, pinta con vivos colores, y procura copiar su zona huyen- do los epítetos y metáforas usuales para saludar el aire, la luz, el río y los montes de su patria.

Ha merecido honores, ¿y cómo no? Las Academias Es- pañola de la Lengua y de la Historia le han hecho miembro correspondiente; tuvo, en 1892, la representación de su patria en el Congreso Americanista de la Rábida; los poetas y los escritores de todos los pueblos le han celebrado, y doquiera que se habla el idioma de Castilla, se holgarían las mejores plumas de imitarle, si fuese accesible á la palabra la luz es- tética que rodea los contornos del modelo.

En la desastrosa y fratricida guerra que el genio del mal inflamara entre Chile y el Perú, perdió Lima su preciosa Bi- blioteca y Palma la suya personal. Restablecida la paz, fué nombrado Bibliotecario, lo cual quiere decir en el presente caso colector de libros, oneroso cargo que exigía las fuerzas de Atlante, y cuyo éxito nadie se hubiera atrevido á vati- cinar. Palma aceptó; y sin duda contaba más con el presti- gio de su nombre que con sus esfuerzos materiales. Ambos recursos puso en juego, y á poco se le vio levantar estantes como quien levanta monumentos.

Con este último testimonio de su patriotismo y entusias-

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 17

mo por la civilización, Palma puede dormir tranquilo sobre sus laureles.

Y aquí ponemos punto á este esbozo, que hemos escrito con el temor del caminante que viaja por alturas y mira in- mensa y lejana la última cumbre.

A nosotros no nos toca ya sino exclamar con Metastasio: S^io fosse pittore, ¡che ricca materia al mió penettol

1894— (Dé "la Revista Ilustrada de Caracas).

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EL TBiDIGIOMTA BIGABDO PALMA

¡Era yo casi un niño!

Apasionado por las bellas letras desde los albores de mi agitada existencia, cayó en mis manos un bello libro. Leí sus primeras páginas, y me quedé como extasiado con la lectura de una de sus composiciones. Todavía parece latir en mi co- razón y en mis recuerdos.

Era un idilio en prosa. Se titulaba El hermano de Atahualpa^ y su autor Ricardo Palma. Desde mi infancia data, pues, mi simpatía por el leyendisla peruano.

La ola revolucionaria üie ha traído proscrito al Perú, y dádome oportunidad para estrechar la mano del simpático es- critor.

Palma, en apariencias, parece hombre de pocos amigos y de pocas impresiones. Pero sondeadlo un poco y veréis que tiene pasiones como olas el mar y ternuras como miel la palma. Su habitual entrecejo desaparece, y se torna en hom- bre expansivo y afectuoso. Es un agradable canseur.

Periodista, escritor castizo, polemista varonil, historiador ameno, poeta fecundo y político decepcionado, Ricardo Pal- ma ha sido muchas cosas en su tierra. Le ha pasado á él lo

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que sucede á casi todos los hombres de ingenio de la América española. La escasez de población, la falta de especialidades en los diversos ramos de la actividad intelectual, y la poca difusión del saber humano en las masas, obliga á los pueblos americanas á utilizar á sus hombres de talento en varios tra- bajos á la vez. Es un enciclopedismo impuesto por las cir- cunstancias y los acontecimientos.

He aquí el por qué todo escritor, en América, es simultá- neamente hombre de Estado, político, diplomático, y en mu- chos casos recibe comisiones incompatibles con su carácter y su modo de ser.

En el curso de su existencia no parece que Palma haya sido del todo feliz. En su fisonomía se lee no qué de amar- ga melancolía, y en su conversación se nota un dejo de hiél, de aquella de que no se libró ni el Cristo.

Ama á su patria con todo el calor que dan aunados la inspiración, el deber, la cultura y el convencimiento. No es raro entonces que, de vez en cuando, lance fuera de el re- balse de dolor que le producen las desgracias de su país.

Díganlo sus versos á San Martín^ que casi motivaron un conflicto diplomático.

¿Qué más noble y generoso que ello?

La patria es más amada por los que tienen mayor talento, mayor educación y mayor moraUdad; y Palma reúne en su brillante personalidad estos brillantes atributos.

Como que la patria la forman, no sólo un pedazo de tie- rra y un brazo de mar, no sólo montañas y praderas, ondas de agua y de luz, ciudades y campos; cosas todas estas fáciles de apreciar por los sentidos y hasta por el instinto. La for- man también las tradiciones, la cultura, los heroísmos, los progresos y el carácter nacional. Y todo esto es mejor apre- ciado por los hombres inteligentes é ilustrados.

Palma ha conocido el destierro, crisol que pone á prueba el corazón, que fortifica el patriotismo, y que arroja á las profundidades del pensamiento claridades que permiten cono- cer sus arcanos.

Es un obrero laborioso del campo de las letras.

Ha dado á luz ocho series de tradiciones, varios estudios

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críticos y bibliográficas, diversas investigaciones históricas y siete ú ocho grupos de poesías.

No entra en mi propósito estudiar al poeta. Admiro la poesía, la leo con gusto, y viene á veces á mi espíritu como rocío del cielo en campo eriazo; pero, seré franco al confesar que puedo morirme hoy con la conciencia de no dejar tras de ni un miserable dístico. El despotismo de la rima y del ritmo, de hiatos y sinalefas, me han hecho siempre el efecto del lecho de Procusto. Respeto á los que aguantan este su- plicio por esmaltar con más elegancia sus sentimientos y sus emociones, por darles vestidura de ángel, y por producir en el alma del lector fascinaciones más hondas; pero mi carácter selvático si se quiere, dominado por irresistibles expansiones de independencia, que le fastidian desde el papel con líneas hasta los tinteros pequeños, y que admira del águila más su libertad que su, plumaje, como del león más su individualis- mo instintivo que sus saltos majestuosos, este carácter, digo, no puede soportar esa sublime ociosidad que se llama ver- sificación.

Teniendo este carácter y tal educación, eludo en lo posible criticar versos.

Me quedaré con la prosa.

II

Cualesquiera que sean las opiniones que se tengan acerca de las méritos literarios de Ricardo Palma, hay algo que so- brevivirá y flotará en la superficie, mal que pese á sus crí- ticos malignos y al diente afilado de la envidia: la origina- lidad como tradicionista.

Es el creador de este género de composiciones, y nadie puede arrebatarle el mérito que le corresponde como á jefe de escuela.

¿Qué es una tradición?

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No es historia y es historia; no es verdad ni es mentira; no es imaginación ni es realidad.

Esta síntesis tiene los caracteres de una paradoja; pero, ese es el hecho y esa es la verdad.

La tradición tiene un punto de arranque que es verídico. El círculo, cuyo centro es un hecho cierto y cuyos radios, y hasta la circimferencia, son ó hijos de la fantasía, ó exagera- ciones de la imaginación popular, ó creaciones del artista.

Un tradicionista, según la escuela de Palma, viene á la larga á convertirse en narrador de lo que dice el Gran Galeo- to que pinta Echegaray con tan magníficos arrebatos.

Un hombre lanza una especie que tiene sus dosis y colo- rido de verdad en el turbio océano en que agítase una so- ciedad. El chisme crece como los anillos que se desarrollan en torno de un cuerpo pesado que cae en el agua mansa. La malignidad se apodera del dicercy lo multiplica, lo dilata, como si fuera de elástico, y al fin, la molécula es montaña y la chispa hoguera.

De este modo es como el acto hxmíano viene á convertirse, al pasar por el tamiz de la sospecha y de la malignidad, de la superstición y de la fantasía po-pular, en el vértice de gran cubo. Es verdad el punto inicial; es mentira lo demás.

He aquí, en el fondo, la tradición.

Palma ha formado escuela, y muchos escritores han que- rido imitarlo. Algunos con éxito; otros desnaturalizando el gé- nero literario. Así, sólo en Chile, conozco más de diez lite- ratos que han cultivado esta clase de trabajos.— Miguel Luis Amunátegui ha pubUcado un volumen con el nombre de Na- rraciones; Benjamín Vicuña Mackenna ha reunido diversos es- tudios con iguales tendencias; Manuel Concha ha dado á luz sus Tradiciones Serenenses; y al oído, y hasta con cierto pudor, diré al lector que, en mis mocedades, también he publicado algunas leyendas que pertenecen á esa misma familia literaria.

Las ocho series de Tradiciones de Palma se me imaginan las obras sueltas de un solo libro, las partes de un solo todo. Reuniéndolas en un conjunto, constituyen la vida social del Perú durante la colonia.

Todas, y cada una de ellas, narran algún rasgo de la filo-

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sofía colonial, ó describen algún hábito, alguna superstición, algún distintivo característico del modo de ser social, polí- tico y religioso de aquella edad media de la Historia ame- ricana.

Encuentro, pues, cierta unidad en el fondo de las tradicio- nes de Palma.

Nada se ha escapado á su escalpelo de crítico. Desde las travesuras de algún virrey hasta los crímenes de algún con- quistador; desde las desgracias que asolaron en su agonía el imperio de los Incas, hasta los amores de algún oidor; desde las torturas inquisitoriales, hasta las furias de los capítulos de frailes; desde las supersticiones del fanatismo, hasta las candideces de la ignorancia; desde los caprichos de encanta- doras limeñas, hasta las sonseras de sus Romeos; todo, todo lo pinta con gracia, con sal ática, con cierto sabor de la épo- ca, con maliciosa imparcialidad, con una mezcla de pesimis- mo de filósofo y de candor de niño.

III

El material que con predilección ha servido á las tradi- ciortes de Palma, es la historia de la dominación española en América.

En el Perú se puede dividir esta época en dos períodos claramente caracterizados: el de la conquista y el de la co- lonia.

La conquista tiene todos los encantos de un poema épico. Es una lucha de titanes.

Cuando uno ve á Hernán Cortés quemando sus naves, an- tes de emprender su marcha contra los millones de soldados que defendían el imperio de Moctezuma; á Francisco Piza- rro perdido en la isla del Gallo con sólo un puñado de va- lientes, y esperando recursos para adueñarse del trono de los hijos del Sol; á Diego de Almagro cruzando centenares de

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RICARDO PALMA

leguas, entre los arenales de desiertos salvajes y cordilleras inhospitalarias para descubrir á Chile; á Vasco Núñez de Bal- boa, sepultándose hasta el pecho en el mar Pacífico, en señal de posesión y dominio; y á tantos otros adalides, cuyas ac- ciones, propias de la leyenda, parecen fabulosas, no obstante su veracidad histórica; cuando se contemplan tales heroísmos, es imposible no sentirse orgulloso de ser hombre; y es im- posible no sentirse entregado á los entusiasmos de la inspi- ración.

Se concluye la conquista y comienza la colonia; y enton- ces, adiós valentías, adiós grandezas del corazón, adiós actos de epopeya, y adiós distintivos de una gran raza.

Estudiar la historia de la colonia me hace el efecto de visitar, como Hamlet, un cementerio. ¡Qué vida tan muerta! Aquella sociedad parecía vivir como sepultada en un abismo de brumas y de tinieblas.

Unas cuantas procesiones, autos de fe, la llegada de algún nuevo virrey, la presencia de corsarios, la muerte de algún obispo, el cambio de algún príncipe en España, algún rui- doso capítulo de monjas ó de frailes: —he aquí todo lo que solía conmover aquel marasmo, y agitar aquel mar muerto.

Cuentan los marinos que existe en el Atlántico un gran espacio de Océano nxmca visitado por las frescas corrientes que van y vienen del Polo y del Ecuador. Aquella zona líqui- da parece estar petrificada. Es un desierto marino. Ni una ave vuela por el horizonte, ni un pez puebla sus honduras, y apenas si las tempestades cruzan sus olas incoloras.

He aquí la imagen de la vida colonial en la América espa- ñola.

Ni prensa, ni meeting^ ni asambleas populares, ni tribuna que arde, ni libros que ilustren, ni hombres que maldigan, ni siquiera crímenes ruidosos.

Allí no había almas de Mirabeau, ni siquiera de Masa- niello.

Esta época es la que ha servido de base á las Tradiciones de Ricardo Palma.

De aquí el por qué al leerlas le parece á uno escuchar rui-

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 25

do de cadenas, ayes de esclavos, estertores de brutal servi- lismo.

No siendo el tema de mucho interés histórico y humani- tario, es evidente que tiene que arrojar sobre las tradiciones algo de esa misma pobreza de hechos, de enseñanzas, de lec- ciones y de resplandores.

Sólo el inagotable ingenio de Palma y su facundia de lite- rato pueden despertar la atención sobre tanto harapo, tanta miseria, tanta insulsez y tanta vaciedad.

Este es uno de los méritos principales de Palma.

Ha tenido que gastar mucho talento para hacer brillar co- mo diamante lo que es arcilla.

Su estila, rico en variedades de tono, en gracia y en des- tellos de ingenio, hace parecer á la vista muchos actos de la colonia como el asno que pinta Iriarte; oro y pedrería por fuera, y matadura por dentro.

Ricardo Palma ha necesitado para escribir sus tradiciones un gran acopio de datos, de documentos, de manuscritos y de investigaciones. En consecuencia, ha necesitado también un desgaste exagerado de labor, de estudio y de contracción.

Es necesario haberse ocupado en deletrear papeles viejos para apreciar el sacrificio y el mérito. Aquellos dociunentos, que parecen exhumaciones sepulcrales, son á veces geroglí- ficos casi indescifrables.

Sólo la paciente investigación del historiador consigue ven- cer los desastres de la polilla y del tiempo.

Rara es la tradición que no signifique esfuerzo de análisis 6 que no haya requerido un estudio histórico.

Soy el primero en ponderar el ingenio y la gracia de Pal- ma para adornar sus trabajos; pero siento que su admiración por el clasicismo español, que su amor á la antigua habla de Castilla, y que su respeto exagerado á la Academia, lo hayan impulsado á adoptar un estilo más de escritor del siglo xvii, ■que del siglo xix con intenciones del siglo xx.

El anhelo de escribir todo lo que se sabe y el hábito de querer lo que se cultiva, ha hecho, á veces, que Ricardo Palma haya dado formas de tradición á fruslerías y chismecillos que

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son á las verdaderas tradiciones lo que las migajas al pan.

Este defecto tiene por disculpa la de que todo lo que se estudia mucho, apasiona, y la pasión engrandece el objeto ama- do y hace mirar lo que se adora con vidrios de aumento.

¿Qué Romeo enamorado le encuentra defectos á su Ju- lieta?

Al lado de estos pequeños deslices y ligeros lunares, más de escuela que de mal gusto, tengo un cargo serio que hacer á Palma.

¿Cómo usted, señor Palma, profundo conocedor de la his- toria del Perú, hábil publicista, escritor de fuste, hombre que ha manejado á fondo archivos y bibliotecas, narrador de cuan- to se decía por entre los bastidores de la colonia, apasionado por el estudio laborioso, se ha contentado con probar que sabe la historia de su patria, y no ha intentado escribirla, como era de su deber, y como ha podido y puede hacerlo?

Este es un cargo que le hago como americano y como hom- bre que quiere al Perú con toda la sinceridad de un corazón agradecido.

Y ya que hablo de Palma como hombre de letras y como hombre de estudio, permítaseme rendir cariñoso homenaje á una de sus obras que deben comprometer la gratitud nacio- nal: me refiero á la organización y casi creación de la Bi- blioteca.

En esto ha demostrado, con rara elocuencia, que su amor á la patria es inseparable de su amor á las letras.

Prueba con ello que es un peruano á las derechas, que es sacerdote de las bellas letras, que es apóstol que ama la ver- dad y la irradia, y que anida espíritu bastante generoso y poco egoísta para contribuir, con todo su empeño y anhe- los, á la difusión de las luces y á la ilustración de sus con- ciudadanos.

¡Mil aplausos por tan noble abnegación!

Ricardo Palma puede y debe completar su fecunda obra literaria.

Ya que se ha despedido de las Tradiciones, empuñe la pluma del historiador y cultive aquel nobilísimo arte que inmorta-

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lizaron Tucídides y Tácito en la antigüedad, Gibbon y Thie- rry en la época moderna, sin contar cien otros, verdaderos pon- tífices de la inteligencia humana.

Julio Ba5:ados Espinosa. Lima— 1891.

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VFvr cr^io£o o^ítiqo

UN LIBRO AMERICANO

Son las Tradiciones peruanas libro que todo esi>añol leerá con gusto. Ricardo Palma, su autor, que figura merecidamente en- tre los primeros literatos de la América Meridional, es hom- bre de agudo ingenio, de claro criterio y, contra lo que suele ocurrir en muchos de los escritores de aquellos países, nada injurioso al larguísimo período en que los gobernaron los es- pañoles. La escuela liberal puso, y pone todavía, empeño en pintar la dominación española en Indias, como un tejido de arbitrariedades, de crueldades y de toda suerte de tropelías, afirmando que allí dominó siempre el más ciego fanatismo y que se trató á los indios con el rigor más extremado, no dic- tándose pragmática alguna que no fuese en contra suya y en provecho material de los conquistadores y de los virreyes en- viados por los monarcas de España. La escuela á que nos referimos, en éste y en otros varios casos, ha falseado de in- tento la Historia, suponiendo que actos de justicia, nada blandos en verdad, los ejecutaban exclusivamente aquellos gobernantes y los oidores, alcaldes de corte y demás empleados españoles, cuando en realidad de verdad, la justicia se administraba con idénticos procedimientos, así en las Américas españolas como

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30 RICARDO PALMA

en las naciones de Europa, incluso aquellas en que dominaba ya el protestantismo, mirado siempre con buenos ojos por los historiadores de aquel fuste.

Ricardo Palma no cae en semejantes vulgaridades. Director de la Biblioteca Nacional de Lima, Correspondiente de las Rea- les Academias Española y de la Historia de Madrid, Comenda- dor en la orden de Isabel la Católica, tiene por afición predi- lecta la de registrar rancios volúmenes y singularmente ma- nuscritos, y de esta labor ha sacado el considerable caudal de noticias históricas que se encuentran en sus Tradiciones pe- ruanas. Pues bien, este estudio le habrá enseñado que muchos de los virreyes enviados por los monarcas de España á go- bernar el Perú, sembraron allí bienes, gobernando de un modo paternal á los subditos y poniendo no pocos especial atención en amparar á los indios, cosa que no han hecho, antes al con- trario, los dominadores contemporáneos de las regiones sep- tentrionales en el propio Continente, á pesar de titularse lible- rales y archiliberales, filántropos y muy amigos del género hu- mano en todas sus razas. Esto mismo hace notar Ricardo Palma en diversos pasajes de su obra. Así, hablando, en la tradición El Peje Chico, del quinto virrey del Perú, el excelentísimo señor don Francisco de Toledo, dice: «Tuvo indudablemente dotes »de gran político, y á él debió en mucho España el afianza- » miento de su dominio en los pueblos conquistados por Pizarro y Almagro».— «Después de una visita por el virreinato— añade »— en la que gastó cinco años,^ se contrajo á legislar con pleno » conocimiento de las necesidades públicas y del carácter de »sus subditos. Las famosas ordenanzas del virrey Toledo son hoy »mismo apreciadas como un monumento de buen gobierno. »A la sombra de ellas, los hasta entonces oprimidos indios, » empezaron á disfrutar de algunas franquicias, y el virrey se ^hizo para ellos más querido que los indiófilos de nuestros •asendereados tiempos de república constitucional.»

De parecida manera se ocupa en el gobierno del duodécimo virrey don Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esqui- lache y conde de Mayalde, quien entró en Lima en diciembrie de 1614. Su primera atención se cifró en crear una escuadra y fortificar el puerto, con lo cual tuvo á raya á los filibuste-

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ros, azote en el siglo xvii de nuestras posesiones de Indias. «Calmadas las zozobras que inspiraban los amagos filibusteros, »don Francisco se contrajo al arreglo de la hacienda pública, adietó sabias ordenanzas para los minerales de Potosí y Huan- »cavelica, y en 20 de diciembre de 1619 erigió el tribunal del » Consulado de Comercio. Hombre de letras, creó el famoso > Colegio del Príncipe, para educación de los hijos de caciques, »y no permitió la representación de comedias ni autos sacra- > mentales que no hubieran pasado por su censura. Deber del »que gobierna decía—es ser solícito para que no se pervierta »cl gusto. La censura que ejercía el príncipe de Esquilache era » puramente literaria, y á f e que el juez no podía ser más au- »torizado.»

¡Un virrey que funda un colegio i>ara la educación de los hijos de caciques! ¿Cuándo han hecho cosa igual, ni siquiera parecida, ni aún de lejos, los norteamericanos? ¿Han pensa- do jamás en dispensar protección semejante á los hijos de los jefes de aquellos pieles rojas á quienes, muy al revés, han perseguido á sangre y fuego? Se dirá que si el príncipe de Esquilache fundó el colegio, llevaba el propósito, al verificarlo, de que los hijos de los caciques se instruyesen en la religión católica. Es cierto, sin disputa, porque la colonización del Perú, de Chile, de México y de todos los reinos de la América Meri- dional y Central, no la llevaron á cabo ateos y racionalistas, sino creyentes, católicos que en primer término deseaban ga- nar almas para el cielo, sacando á los indios de las tinieblas de la idolatría y librándolos al propio tiempo de las bárbaras costumbres que existían en sus respectivas comarcas. No fueron el dinero y el comercio exclusivamente los que llevaron á los españoles á las Indias, sino miras más levantadas, como lo prueban las leyes dictadas para aquellos países y la conducta misma de los principales virreyes. No pretendemos afirmar, ni mucho menos, que en repetidas ocasiones la codicia y la sed de oro no prevaleciesen sobre |el desinterés, la liberalidad y acaso la misma justicia. Hombres eran al fin y al cabo los virreyes, hombres al fin cuantos debían secundarlos en el go- bierno del virreinato, y por consiguiente no es de extrañar que en sus anales se encuentre, de vez en cuando, míseras pasio-

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32 RICARDO PALMA

nes humanas que se sobreponen á las virtudes del gobernante, del magistrado, del militar, conforme aparece en algunas na- rraciones de Palma. Estas mismas miserias encontraban por el primer tiempo en España; y otro tanto ocurría, tal vez con creces, en Francia, Holanda, Inglaterra, países que blasonaban entonces, como ahora, de ir al frente de la civilización. La verdad es que leyendo el libro de que hablamos, en medio de los toques de claro obscuro que pone el autor, ve el leyente con claridad manifiesta que el Perú estuvo en lo general bien gobernado, durante los virreyes, pwr varones como lo$ citados, y otros varios hasta don Joaquín de la Pezuela, trigésimonono virrey del Perú, y el último, á juicio de Ricardo Palma; porque el cuadragésimo, don José de la Serna, fué sólo un «virrey de » motín, un virrey sin fausto ni cortesanos, que no fué siquiera «festejado con toros, comedias, ni certamen universitario; un »\'irrey que, estirando la cuerda, sólo alcanzó á habitar cinco- »meses en palacio, como huésped y con la maleta siempre lista »para cambiar de posada; un virrey que vivió luego á salta »de mata para caer como un pelele en Ayacucho; un virrey, en »fin, prosaico, sin historia ni aventuras.»

Numerosas son las tradiciones escritas y recopiladas por Ri- cardo Palma que pregonan la munificencia y el fausto de los. españoles, y en especial de sus virreyies, sintetizados en las soberanas fábricas que levantaron en Lima, dedicadas á va- riadísimos fines, y algunas de las cuales se mantienen en pie todavía desafiando la pesadumbre del tiempo, y más aún la mano destructora de los hombres, que ha descargado repenti- namente sobre la ciudad de los Reyes en revoluciones, pro- nunciamientos, guerras fratricidas, motines y asonadas, en los- cuales ha corrido abundantemente por sus calles y plazas la sangre peruana. Los recuerdos de grandeza arrancan en Lima de siglos pasados, y por lo tanto de la época de los virreyes y de la dominación española; y estos recuerdos conservan toda- vía para aquella ciudad la aureola de que se encuentra rodeada. Así lo reconoce el escritor guatemalteco Rubén Darío, cuanda en una interesante semblanza ó fotograbado^ como lo llama, de Ricardo Palma, exclama: «Flota aún sobre Lima algo del buea

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 33

tiempo viejo, de la época colonial». Este algo lo ha recogido hábilmente Ricardo Palma y lo ha puesto en sus Tradiciones^ conforme veremos, Dios mediante, en un próximo artículo.

II

Decíamos al cerrar el anterior artículo que Ricardo Palma había recogido hábilmente en sus Tradiciones aquel «algo del buen tiempo viejo y de la época colonial», de que hablaba Rubén Darío; y para convencerse de cuan en lo cierto esta- mos, basta abrir por cualquiera de sus páginas alguno de los volúmenes de la colección. Por supuesto, se nos dirá, que con llamar tradiciones á las historietas y cuentos de que tratamos, se da pK)r supuesto que el tiempo viejo ha de desempicñar en ellas papel importantísimo. Mas, no basta sólo con querer en- contrai' el colorido de época para que resulte tal en los cuen- tos, novelas y cuadros históricos. Una cosa es desearlo y otra conseguirlo. Ricardo Palma lo ha logrado, en realidad de ver- dad, y esto constituye uno de los capitales encantos de sus Tra- diciones. Revive en ellas la grandiosa capital Lima; reviven el Cuzco y otras poblaciones; reviven las minas famosas que pro- porcionaron á montones la plata y el oro; reviven las figuras de los más célebres virreyes, y con ellos las corporaciones de más campanillas que se contaban en la rica ciudad de los Re- yes; y por íln, al amparo de la pluma del escritor, cobran vida todas las gentes que la poblaron, desde la conquista hasta la época en que el Perú (como las demás colonias del sur de América) se emancipara de la madre patria.

Leyendo algunas de las narraciones contenidas en la obra de Ricardo Palma, se imagina frecuentemente el lector que, en lugar de encontrarse en América, se halla en alguna de las ciudades populosas de España, en los siglos xvi y xvii. Débese esto á que las gentes y las costumbres que salen en aquellas

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narraciones seminovelescas, semihistóricas, sean por lo común genuinamente españolas, viéndose con esto hasta qué punto el espíritu español, y particularmente el espíritu castellano, pe- netró en aquellas regiones, y cuan numerosos fueron los pe- ninsulares que acudieron á las minas, ó para desempeñar pin- gües cargos en la Administración, ó para dedicarse al comercio y buscar en las minas y en el negocio de metales la manera de hacerse prontamente ricos. Las aventuras que allá por los siglos XVI á XVII ocurrían en las calles y callejas de Madrid, Sevilla y Granada por asuntos de faldas; las cuchilladas que se daban y se recibían por idénticos motivos; las venganzas por celos ó por el amor propio ofendido de una dama despre- ciada; las tapadas que salían de sus casas á hurtadillas, cuando las calles se hallaban sólo tibiamente alumbradas por la morte- cina luz del farol colocado ante devota imagen; las procesio- nes suntuosas y los mismos autos de fe por el Santo Tribu- nal de la Inquisición, eran sucesos frecuentísimos, así en las citadas ciudades y otras de Esi>aña, como en la capital del Perú, con iguales riesgos, con idénticos incidentes, con per- files semejantes en todo en ambos continentes, el vi'ejo y el nuevo. Por algo, y aún algos, se diferenciaban á veces, ya que, por ejemplo, no se adornaba en ninguna ciudad española el piso de sus calles con barras de plata como en el Perú, segi'in así se hizo, entre otras muchas ocasiones, en la soberbia proce- sión de la Virgen de los Desamparados, que se celebró en Lima durante el mando del virrey conde de Lemos, en la que se extendieron en la carrera barras de plata por valor de dos millones de ducados. Estas cosas viejas, manejadas por pintor diestro, siempre ofrecen interés, acaso interés mayor que las cosas del día. Por esto se acogen á ellas los poetas, ya escriban en prosa, como Palma, ya en verso como el duque de Rivas, Zorrilla y Antonio Hurtado. A los que le preguntan á Palma ¿por qué escribe estas leyendas? y le dicen,

No se queme las pestañas descifrando mamotretos sobre tiempos y sujetos que alcanzó Mari-Castañas,

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 35

les contesta el autor de las Tradicioms en la carta tónico-biliosa á una amiga, que sirve de proemio á la segunda serie:

Razona así el egoísmo del siglo razonador, y así vamos por vapor y en línea recta al abismo.

Fe y sapiencia nombres vanos, como hogaño, no eran antes: hoy presumen de gigantes hasta los tristes enanos.

Hoy ya no inspira entusiasmo lo serio, sino el can-can, y en leal consorcio van la duda con el sarcasmo.

Y añade más adelante:

Y el presente, á mi entender, con sus luces y progreso

es muy prosaico... por eso pláceme más el ayer.

Hoy es el mercantilismo la vida del pensamiento; es dios el tanto por ciento y es su altar el egoísmo.

¡Son nuestros tiempos fatales! Por eso, pK)r eso vivo hecho un ambulante archivo de historias tradicionales.

Y á veces tanto, en verdad, me identifico con ellas,

que hallar en pienso huellas de que viví en otra edad.

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36 RICABDO PALMA

De este ayer, que tanto le place, heredó Ricardo Palma mu- chas ideas y no pocos sentimientos. Mas se equivocaría quien juzgase que en él, ó dígase en su obra principal, que son las Tradiciones, no haya de aparecer á lo mejor la levadura que se encuentra en casi todos los poetas y escritores en prosa americanos, levadura que, sin tratar de ofenderles en lo más mínimo, tiene un dejo muy anticuado, puesto que, en los es- critores europeos racionalistas, hace años ha tomado carácter muy diferente, animada con todo por las mismas prevenciones, por las mismas antipatías y por los mismos odios. Aludimos con esto á que en los escritos de Palma asoma, en rei)etidos casos, el volterianismo, ya no sólo por medio de pullas y censuras á los ministros de la Iglesia católica, sino á la propia Iglesia; ya con conceptos que probablemente hubiera conde- nado el Tribunal de la Inquisición ; ya con diatribas enderezadas contra este Tribunal y contra prácticas eclesiásticas, sin dis- tinguir bastante de tiempos y sin comprender cuánta impor- tancia política, aparte de la religiosa, tenía en aquellos siglos y en aquellos países el firme mantenimiento de la unidad de la fe. Estos escarceos no imprimen, sin embargo, carácter al conjunto de las narraciones de Ricardo Palma.

Los méritos literarios de las Tradiciones justifican Ja repu- tación que, como eximio escritor, tiene adquirida Ricardo Pal- ma en América, y la que le conceden los críticos europeos que conocen sus producciones. Nada de él habíamos leído antes, ni siquiera tuvimos ocasión de conocerlo personalmente cuan- do, hace tres años, estuvo en España, enviado por su gobierno para representarlo en los Congresos y fiestas del cuarto cente- nario del descubrimiento de América por Colón; mas la lec- tura de sus libros basta y sobra para que juzguemos muy merecidos los elogios que se le han tributado. Como son muchas en número las narraciones que forman la colección, ha de haber forzosamente entre ellas algunas que se adelantan á otras en interés, por el colorido local y de época. Todas, no obstante, con levísimas excepciones, se leen con gusto por Ja facilidad con que están escritas, por la donosura de la dicción que tras- ciende á los buenos tiempos del habla castellana, y por la ri- queza y fuerza gráfica del estilo. Palma escribe como correcto

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 37

escritor castellano, y sólo de vez en cuando asoma el americano en algunos vocablos como motinistas, historietistas, cabildantes, chichirinada, etc., y otros por el estilo, que sólo aparecen muy de tarde en tarde, dejando apenas mancha en la castiza frase del distinguido escritor limeño.

F. MiQÜEL Y BadIA.

(Del Diario de Barcelo7ia,—lS95)

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TRADICIONES Y ARTÍCULOS HISTÓRICOS

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CRONIQUILLAS DE MI ABUELA

A MI HIJA Rene

En el nome del Padre qiie fizo toda cosa, e de Don Jesucristo, fijo de la Gloriosa; en el nome del Rey que reina por natura, e que es fin e comienzo de toda creatura; en el nome bendito del Rey Omnipotent, que fizo sol e luna nascer en el Orient;

voy á contarte. Rene mía, el origen de dos frases que, entre otras muchas, (como la de— á San Juan se le puede pedir todo menos camisa)— de boca de mi abuela, que era de lo más limeño que tuvo Lima en los tiempos de Abascal, frases á las que yo di la importancia que se da á una charada, y que, á fuerza de ojear y hojear cronicones de convento, he alcan- zado á descifrar.

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42 RICARDO PALMA

Para mi abuela no había más santos, merecedores de santi- dad y dignos de que á pie juntillas se creyese en sus milagros, que los santos españoles, portugueses é italianos. Los de otra nacionalidad eran para ella santos hechizos, apócrifos ó fal- sificados. Muy á regañadientes soportaba á San Luis; pero no le rezaba sin recitar antes esta redondilla:

San Luis, rey de Francia, es el que con Dios pudo tanto que, para que fuese santo, le dispensó el ser francés.

Si los chicos de la familia la hostigábamos para que nos aumentase la ración, la buena señora (que esté en gloria) nos contestaba:— ¡Ah, tragaldabas! ¿Creen ustedes que la olla de casa es la olla del padre Fanchito?

Y cuando, de sobremesa, comentábase algún notición polí- tico que á mi padre regocijara, no dejaba la abuela de meter cucharada, diciendo:— Lo malo será que nos salgan un día de estos con el traquido de la Capitana,

Y que no eran badomías ó badajadas ni cuodlibetos de vieja las frases de mi perilustre antepasada, sino frases meritorias de ser loadas en un, soneto caudato, es lo que voy á com- probar con las dos consejas siguientes:

1 La olla del Padre Panchito

El padre Panchito era, por los tiempos del devoto virrey conde de Lemos, im negro retinto, con tal fama de virtud y santi- tad que su excelencia lo había, sin escrúpulo, aceptado por padrino de pila de uno de sus hijos, en representación de un acaudalado minero de Potosí. Aunque simple lego ó donado,

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 43

el pueblo llamaba padre Panchito, y no hermano Panchito, al humildísimo cocinero del convento de san Francisco; y el ex- celentísimo representante del monarca de España é Indias ha- blaba siempre con fruición de su santo compadre el padre Panchito, al que hasta diz que consultaba en casos graves de gobierno.

No faltaba quienes murmurasen de la familiaridad con que su excelencia trataba á un negro con un geme de jeta; pero el buen virrey acallaba la murmuración diciendo:— El talento y la virtud no son blancos, negros, ni amarillos; y Cristo en el Calvario murió por los blancos, por los negros, por los amari- llos, por la humanidad entera. Todos venimos de Adán y Eva, y las razas no son más que variedades de la unidad.

Contábase que, cuando comenzaba á servir en el claustro, con- trajo íntima amistad con otro lego, y que ambos celebraron el compromiso de que el primero que falleciese v^endría á dar cuenta al superviviente ó sobreviviente (que aún está en liti- gio ante la Real Academia el casticismo de estos vocablos) de cómo lo habían recibido y tratado por allá. Y fué el caso que una noche se le apareció al lego Panchito el alma de su di- funto compañero, y le dijo que, por la impertinente curiosidad é irreflexivo compromiso, había sido penado con seis meses más de purgatorio; y por ende, le pedía que rogase á Dios para (jue le fuf»sc descontado ese medio año de p-ena ó ',ue, por lo menos, se redujese ésta á tres meses, cargándose los otros tres á la cuenta corriente que en el otro mundo, donde la contabilidad se lleva muy al pespunte, tenía abierta Pan- chito.

Tal fué el origen del penitente ascetismo del último. Lamenta- mos que el cronista no hubiera también averiguado si allá, en el otro barrio, entraron en componendas para perdonar ó rebajar los meses de castigo.

Convencido de que en la otra vida se hila muy delgadito, al encargarse de la cocina el padre Panchito se propuso hacer economías en el consumo de carbón y leña; pues una de las crónicas conventuales narraba que un cocinero, gran consumi- dor de leña, había sido penado por el derroche con una se- mana de purgatorio. Por eso el seráfico cocinero de esta con-

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44 BIGARDO PALMA

seia no ponía en el fogón más que una olla... ¡pero qué olla!... sobre una docena de brasas de carbón.

Siempre que en la mañana se celebraba alguna fiesta en la iglesia, el padre Panchito se declaraba, por y ante sí, obli- gado asistente. Ocasión hubo en que visto por el superior se le aproximó éste y le dijo:

—Hermano, á su cocina, que la comunidad no ha de almor- zar avemarias y padrenuestros.

—Descuide su reverencia, padre guardián, que de mi cuenta corre el almuerzo con todos sus ajilimójilis.

Y ello es que apenas tomaban los frailes asiento en el espa- cioso refectorio, cuando la olla empezaba á hacer maravillas como suyas. De ella salía ración colmada para dejar ahitas doscientas andorgas de fraile y cien barrigas más, por lo me- nos, de agregados á la sopa boba del convento, que era, como la bondad de Dios, inagotable la olla del padre Panchito.

Cuando éste falleció, perdió la olla su prodigiosa virtud, y fué á confundirse entre la cacharrería de la cocina.

II £1 traquido de la Capitana

Francisco Camacho, nacido en Jerez por los años de 1629, después de haber militado en España y de haber sido tan buena ^ictiSL que en Cádiz lo sentenciaron á ser ahorcado, llegándole el indulto cuando ya estaba al pie de la horca, vínose á Lima, donde, habiendo oído predicar al célebre padre Castillo, re- solvió abandonar la truhanesca existencia que hasta entonces llevara y meterse fraile juandediano. Y tan magnífica adqui- sición hizo con él la hospitalaria orden, que sus cronistas to- dos convienen en que el padre Camacho murió en indiscutible olor de santidad, allá por los años de 1698. Abultado infolio

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 45

bastaría apenas para relatar los milagros que hizo, en vida y en muerte. Como no hay ahora quien mueva el pandero (desen- tendencia que, por estas que son cruces, no le perdono al Congreso Católico de mi tierra) continúa en Roma, bajo esi>esa capa de polvo, el expediente que la religiosidad limeña organizó pidiendo la canonización del venerable siervo de Dios.

El padre Camacho, no embargante el ayuno y la disciplina, era físicamente lo que se llama un hombre morocho, y á pesar

del hábito, trasparentábase en él al soldado. En sus modales, aunque no la echaba de plancheta, había algo del bravucón rajabroqueles, y al caminar eran su paso y donaire más propios de militar que de fraile. Nació de aquí que la gente del pue- blo lo bautizara con el mote de— el padre guaragüero—á lo quje el juandediano contestaba con acento andaluz y sonriéndose: —Déjenme en paz, reyes de taifa (tunantes), que cada quisque anda como Dios le ayuda.

Desde los primeros tiempos encomendóse al padre Camacho la colecta de limosnas para terminar la fábrica de iglesia, con- vento y hospital; y tan activo y afortunado debió andar en el desempeño de la comisión, que en breve recogió Sícsenta mil

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4(> RICAKDO PALMA

pesos. A la larga había llegado á imponerse al cariño y venera- ción popular, pues era notorio que poseía el don de hacer milagros. Para muestra un par de botones.

A una joven que iba muy emperejilada y despidiendo tu- faradas de almizcle, la detuvo en la calle el juandediano, di- ciéndola:

—¿De cuándo acá Marica con guantes? Vaya, hija, vuélvase á casita, que en sus ojos estoy leyendo que iba á mala parte, y con ánimo de ofender á Dios y á su marido.

Y la muchacha, que por primera vez acudía á una cita amo- rosa, al ver sorprendido su secreto, deshizo camino y salvó de caer en el abismo del adulterio.

Reprobaba siempre el sensato religioso que algunas muje- res pasasen de iglesia en iglesia las horas matinales, que debían consagrar al cuidado de la familia y $ la limpieza doméstica. Un día se acercó en el templo á una de las beatas fanáticas,y la dijo :

—Dígame, hermana, ¿le falta todavía mucho por rezar?

—Sí, padre. Me faltan cuatro misterios del rosario y la le- tanía.

—Pues yo rezaré por usted, y largúese corriendo á su casa, que en ella está haciendo falta.

Y en verdad (jue así era; porque un hijo de la rezadora había caído en el pozo, y habría perecido sin el oportuno regreso de la madre.

Pero, como no- quiero conquistar renombre de mojarrilla, me dejo de chafalditas y de chacharear sobre milagros, y me voy al grano, que en este relato, es lo del traquido de la Capitana.

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MIS CLTIMAS TRADICIONES 47

El pirata Eduardo Davies, al mando de diez bajeles, lle- vaba ya muchos meses de pasear por el Pacífico como Pedro por su casa, talando la costa del Norte desde Panamá hasta Huaura, que dista veinticinco leguas de Lima. Alarmados el virrey y el vecindario, se procedió á armar y equipar en el Callao una escuadra compuesta de siete naves; pero su ex- celencia hizo el grandísimo disi>arate de nombrar para el co- mando de ella nada menos que á tres generaLes, que lo fue- ron don Tomás Paravicino (cuñado del virrey, duque de la Patata), don Pedro Pontejo y don Antonio Beas. Así, aunque la escuadra sostuvo con los piratas, cerca de Panamá, siete horas de recio combate el 8 de Julio de 1585, éstos lograron escapar, maltrechos y con muchas bajas, merced á lo contradictorio de las órdenes de los tres almirantes españoles, que estuvie- ron siempre durante la campaña naval, en perpetuo antago- nismo. Bien dice el refrán: ni mesa sin pan, ni ejército sin capitán, que muchas manos en la masa, mal amasan.

En aquellos tiempos, la travesía entre el Panamá y el Callao no se realizaba en menos de tres meses. En 1568 se ¡estimó como suceso portentoso que el buque en que vinieron los pri- meros jesuítas hubiera hecho tal navegación en veintisiete días, maravilla que no había vuelto á repetirse.

Con los jesuítas todo era maravillas. El primer eclipse de sol que en Lima presenciaron los españoles, fué el día en que desembarcaron en el Callao los buhos ignacianos.

Así, sólo el 7 de Septiembre, esto es, á los sesenta días, vino á recibirse en Lima la noticia del combate y de la dis- persión de los piratas.

El Cabildo dispuso celebrar la nueva el día siguiente, que

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48 RICARDO PALMA

era festividad de la Virgen, con árboles de fuego, toros embo- lados, banquete, misa de gracias, cucaña, lidia de gallos, lu- minarias, danza de pallas y de africanos, amén de otros fes- tejos populares.

El padre Camacho llegó, como acostumbraba, aquella tarde al Cabildo, y encontró al alcalde y regidores entregados al re- gocijo y sin voluntad para atender al postulante.

—¿Qué motiva, señores— pregimtó el juandediano,— tanto ba- ruUo?

i Cómo, padre! ¿No sabe usted la gran noticia?— le res- pondió un regidor, poniéndolo al corriente de todo.

iAh! ¡Bueno! ¡Muy bueno! Pero dígame usiría, ¿la cuchi- panda y los jolgorios son también por el traquido de la Capitana f

—¿Qué es eso del traquido? Expliqúese usted, padre— di- jeron alarmados varios de los cabildantes.

¡Nada! ¡nada! Yo me entiendo y Dios nue entiende. Dé- jenle usirías tiempo al tiempo, que él les dirá lo que yo no les digo. Y no insistan en sacarme palabras del cuerpo, que conmigo no vale lo de: tío, páseme el río.

Y como no hubo forma de que el juandediano fuese más ex- plícito, los regidores se dijeron:— ¡Pajarotadas de fraile loco! y al día siguiente se efectuaron los anunciados festejos, en los que, sin embargo, no hubo gran alborozo, porque casca- beleaba en muchos ánimos aquello del traquido.

Diez ó doce días después echó ancla en el Callao un pata- che, el que comunicó que, fatigados los de la escuadra de buscar inútilmente á los dispersos piratas, habían resuelto los gene- rales dirigirse al puerto de Paita con el objeto de renovar pro- visiones, pues el escorbuto principiaba á hacer estragos en la.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 49

tripulación. Fondearon los siete buques en la mansísima bahía, en la mañana del 5 de Septiembre, y el general Paravicino, que iba á bordo de la Capitana, se trasladó á tierra, donde estaba convidado á almorzar, en compañía de cinco de los ofi- ciales. Y sucedió (no se sabe si por descuido ó malicia) que el pañol de la pólvora ó santa Bárbara hizo explosión, pereciendo más de cuatrocientos de los que tripulaban la Capitana. Sólo salvaron, y de manera que se consideró como providencial, el alférez Pontejo, hijo del general, y catorce marineros y sol- dados.

¿Cómo pudo tener el padre Camacho conocimiento de la catástrofe cuarenta y "ocho ó cincuenta horas después de acae- cida? ¿Cómo? Ya se lo preguntaremos en el otro mundo cuando lo veamos, que de seguro lo veremos.

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LA CAPA DE SAN JOSÉ

El padre fray Antonio José de Pastrana, definidor que fué en Lima de la orden de predicadores, refiere en su curioso cronicón Vida y excelencias de San Jo^é— (impreso en Madrid por los años de 1696) que en el Monasterio de las Descalzas conser- vaban las monjas, entre otras reliquias, nada menos que la capa de San José, olvidando el cronista consignar si era la capa que usaba el patriarca en los días de manejar escoplo y martillo, ó la capa dominguera y de gala.

De suyo se adivina que la bendita prenda fué muy mila- grera y que hizo caldo gordo á conventuales y cai>ellán, con las limosnas y regalos de los agradecidos creyentes. Ya ten- dría para rato si me echara á hablar de los cólicos misereres, zaratanes, tabardillos y pulmonías curados sin auxilio de mé- dico ni jaropes de botica. Recuerdo, entre otros milagros sus- tanciosos y morrocotudos relatados por el padre Pastrana, el que se realizó con una honrada paisana mía que anhelaba

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52 RICARDO PALMA

tener fruto de bendición, y á la que bastó para alcanzar re- dondez de vientre poner sobre éste la capa del santísimo car- pintero.

No he cuidado de informarme, que así soy yo de desidioso, si toda\d[a se conserva la capa en el monasterio; si bien tengo para que, de tanto traída y llevada, desde hace más de dos siglos, estará ya convertida «n hilachas. Lo que á me ha interesado averiguar es el cómo y por qué vino á Lima la capa patriarcal.

Dicen que por los años de 1640 hubo en mi tierra una cua- drilla de ladrones que ejercitaban su industria asaltando los monasterios de monjas donde era fama que, amagados como vivíamos por piratas ingleses y holandeses, depositaban mu- chas familias alhajas valiosas y hasta saquitos repletos de on- zas de oro. Alabo la confianza.

Las Descalzas, cuyo monasterio databa desde 1603, no pu- dieron dejar de ser también amenazadas de asalto, y por turno riguroso cumplía á una monja la vigilancia nocturna del claustro.

Cierta noche en que, farolillo en mano, desempeñaba sus funciones de vigilancia una monjita de almidonada y limpia toca sobre rostro de ángel, creyó ver un bulto que se recataba tras de una pilastra, y alarmada dio la voz de:— ¿Quién está ahí?...

—No se asuste, madrecita. Soy yo, San José, que, como i>a- trón de este convento, vengo á acompañarla en la ronda.

La monjita era de hígados, y á la vez que jesuseando daba voces de alarma, se abalanzó sobre el oficioso; p)ero éste se evaporó dejándola la capa entre las manos.

Las conventuales todas se pusieron en movimiento para des- cubrir por dónde habría podido escapar el misterioso ron- dador, y todas convinieron, á la postre, en que el tal no po- dría ser persona humana, sino celeste.

Desde ese día entró la capa en la categoría de reliquia, y principió á menudear milagros.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 53

JUEZ Y ENAMORADIZO

La regia prohibición de que los Oidores pudieran contraer matrimonio en el territorio en que administraban justicia, obli- gaba á estos señores á doblegar muchas veces la inflexible vara ante empeño de faldas.

Si no miente el obispo Villarroel, en sus Dos cilcMUos^ hubo, allá por los años de 1630, un don Juan, Oidor de la Real Audiencia de Lima, que en lo mujeriego, fué otro don Juan Te- norio. Andaba el tal que bebía los vientos por alcanzar los favores de una muchacha, de esas cuyos ojos hablan de al prójimo á qfuien miran; pero que tenía el femenil capricho de gastar, para con el doctor del tibi quoqm^ resistencias de piedra berroqfueña.

Empezaba ya el galán á desesperar de la victoria, cuando una mañana, que fué la del sábado, víspera del Domingo de Ramos, recibió ^ zahumado billetico que á la letra, así decía :

«La correspondencia en será hija de las finezas de vuesa- »merced. Un mi deudo, Pedro Otárola, está penado con ocho » meses de cárcel, y le restan de cinco á seis para quedar quito. íEn el querer de vuesamerced está el complader á su ami- »ga.— Isabel.»

Su señoría se restregó muy alegre las manos, y dijo á la fámula portadora del billete, después de darla por vía de al- boroque un dobloncito de oro:— Di á tu señorita que será ser- vida hoy mismo.

De práctica era que la víspera de Ramos hiciese un Oidor la visita de cárceles, con facultad para disponer la excarce- lación de los presos por causa leve, y aun la de aquellos á

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51 RICARDO PALMA

quienes faltare poco tíempo de castigo. También era costum- bre que el Jueves Santo conmutase el Virrey la pena á un reo sentenciado á muerte.

Como en chirona nunca hay un sólo criminal, sino que to- dos están por ima calumnia ó una mala voluntad, los jueces creen en ocasiones qae hacen obra meritoria para conquistarse el cielo, poniendo en libertad á tanto y tanto inocente ange- lito.—¡Ah! tunante, tus vicios te han traído á la cárcel, dijo un juez.—No señor, contestó el preso, quien me ha traído es la pK)licía.--Pues que lo suelten. La policía es siempre muy arbi- traria.

En su alborozo, olvidó el señor Oidor echarse la carta en el bolsillo de la chupa y la dejó sobre la escribanía, siéndole imposible, en el acto de la visita, recordar el apellido del recomendado delincuente. Estaba, sí, seguro de que era Pedro el nombre de pila.

—-He empeñado palabra (se dijo su señoría) de dar libertad á un Pedro, y en el conflicto en que mi falta de memoria me pone, no tengo otro camino que el de dar por horros de pena á todos los Pedros de la cárcel.

Y como lo pensó, lo dispuso.

Y tres picaros, por sólo haber tenido la buena suerte de ser bautizados con el nombre del apóstol de las llaves, salieron á respirar la fresca brisa de la calle, gracias á que su señoría tuvo en poco el rigor de la justicia, y en mucho- sus anhelos de galanteador.

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EL ABAD DE LUNAHUANA

Por los años de 1581 estaba Su Santidad el Papa Grego- rio XIII tan seriamente enfermo, que ya los conclavistas prin- cipiaban á agitarse, pues se desencadenaban ambiciones en pos de la tiara. La dolencia del Padre Santo, en puridad de verdad, no era tal que justificase la alharaca; pues no pasaba de una fluxión recia en el aparato de masticación. El dolor de muelas era rebelde á cataplasmas, emolientes, pediluvios y sangrías, que en aquel siglo la ciencia odontálgica andaba tan en mantillas, que cirujano ó barbero alguno de toda la cristiandad no se habría atrevido á emplear lamedor de gatillo mientras hubiese cachete hinchado.

Con el sistema curativo empleado pK)r los galenos de Roma, iba el egregio enfermo en camino de liar el petate, y lo que al principio fué una bagatela, se iba, por obra de médicos torpes, convirtiendo en gravísimo mal.

Dos meses llevaba Su Santidad postrado en el lecho; dos meses de constante y doloroso insomnio; dos meses de ali- mentarse con líquidos; y para complemento de alarma, el pulso

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50 RICARDO PALMA

denunciaba fiebre. Reunidos en consulta los más diestros ma- tasanos de la ciudad papal, opinaron que el sujeto estaba ya atacado de caries maxilar, lo que, tratándose de un anciano y teniendo en cuenta el poco saber quirúrgico de sus míercedes, importaba tanto como declarar próxima vacancia de la silla de San Pedro.

Y de fijo que Su Santidad Gregorio XIII habría en esa ocasión ido á pudrir tierra, si no se hubiera encontrado de tránsito, en Roma, un fraile perulero, fray Miguel de Carmona, definidor del convento agustiniano de Lima.

Habíalo su comimidad enviado á la ciudad de las siete co- linas, en compañía de otros dos conventuales, para que ges- tionase sobre asuntos de la orden; y de paso adquiriese algu- nos huesesitos de santo, que gran falta hacían en el templo de Lima. Las demás comunidades tenían abimdancia de re- liquias auténticas, con las que ganaban en prestigio ante la gente devota; y los agustinos andaban escasos de esa mercade- ría en sus altares.

Dos meses llevaban los comisionados de residencia en Roma, sin haberles sido posible avistarse con el Pontífice que, por causa de su dolencia, estaba invisible para frailucos y gente de escalera abajo. Sólo sus médicos, y tal cual cardenal ó personaje, lograban acercársele.

En este conflicto ocurriósele al padre Carmona dirigirse al camarlengo y decirle que, pues Su Santidad se encontraba deshauciado, nada se perdía con permitirle que intentara su curación, empleando hierbas que había traído del Perú, y cuya eficacia entre los naturales de América, ¡>ara dolencias tales, le constaba. Refirió el camarlengo al Papa la conversación con el perulero, y Su Santidad, como quien se acoge á una última esperanza, mandó entrar en su dormitorio al padre Car- mona, y después de obsequiarle una bendición papal, le dijo :

—A ti me encomiendo. Age.

Y ello fué que sin más que enjuagatorios de hierba santa con leche, cataplasmas de llantén con vinagrillo y parches de tabaco bracamoro en las sienes, á los tres días estuvo Su Santidad Gre- gorio XIII como nuevo; y tanto, que hasta la hora de su muerte, que acaeció años más tarde, no volvió á doierle muela ni diente.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 57

Ni siquiera se vio en el caso de aquel marido á quien oyén- dolo quejarse de dolor en la frente, lo interrumpió su mujer diciéndole:— Tranquilízate, eso pasará pronto cuando te hayan brotado un par de colmillos.

Dice el cronista Calancha, tal vez por encarecer el mereci- miento del curandero, que en los primeros ratos sufrió el en- fermo náuseas atroces, calambres y sudores, terminando por aletargarse, lo que dio motivo para que los palaciegos se alar- masen, recelando que el fraile perulero hubiera administrado algún tósigo al Pontífice. En amargos aprietos se vio su pater- nidad.

Restablecido por completo Gregorio XIII, empezó por acor- dar al padre Carmona todas las bulas, privilegios, indulgencias, jubileos y demás gangas que anhelaban los agustinos para sus conventos del Perú, concluyendo por brindarle un obispado, que fray Miguel tuvo sus razones para no aceptar, prefiriendo el título de abad de Lunahuaná, con doce mil ducados de renta anual sobre el arzobispado de Lima; con lo que, sin las fatigas que trae el obispar, venía á ser nuestro agustino un verdadero patentado en estas tierras de América, y altísima dignidad en su Iglesia. Era el primer abad que iba á tener el Perú, y hasta entiendo que ha sido el único.

Por bula de 28 de Septiembre de 1581, fué autorizado el fla- mante abad i>ara escoger, con destino al convento de Lima, cuanta reliquia le pluguiere. Tosco fué el manotón que dio su paternidad en el depósito ó almacén; porque se apoderó de la cabeza de Longino, de un pedazo de la cruz del buen Ladrón, y de un zarcillo ó arete que perteneció á María de Magdala.

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58 RICARDO PALMA

En materia de huesos, escogiólos de San Pedro, San Pablo, San Sebastián, San Andrés, San Agustín, San Lorenzo, San Es- teban, San Marcos, San Vicente, San Dionisio, San Sixto, San Marcelo, Santa Úrsula, Santa Susana y... basta de nombres. La lista, que no es corta, la trae la bula, y no vale la pena de copiarla íntegra.

En Lima, los agustinos se reservaron la mitad del cargamen- to de huesos, y el resto lo distribuyeron entre la Catedral y las parroquias. Tenían ya reliquias hasta para regalar.

En cuanto al padre Carmona, no llegó á lucir en el Perú la mitra abacial, porque murió en el viaje, quedándose Lunahuaná sin abad, desdicha que hasta ahora lamentan los vecinos de esc valle que tan famosas chirimoyas y tan ricas paltas pro- duce.

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LOS SIETE PELOS DEL DIABLO

CUENTO TRADICIONAL.

r

Á Olivo Chiarella

I

I Teniente Mandujano!

—Presente, mi coronel.

—Vaya usted por veinticuatro horas arrestado al cuarto de banderas.

—Con su permiso, mi coronel— contestó el oficial; saludó militarmente y fué, sin rezongar poco ni mucho, á cumplimentar la orden.

El coronel acababa de tener noticia de no qué pequeño escándalo dado pK)r el subalterno en la calle del Chivato. Asun- to de faldas, de esas benditas faldas que fueron, son y serán, perdición de Adanes.

Cuando al día siguiente pusieron en libertad al oficial, que el entrar en Melilla no es maravilla, y el salir de ella es ella,

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BIGARDO PALMA

se encaminó aquél á la mayoría del cuerpo, donde á la sazón se encontraba el primer jefe, y le dijo :

—Mi coronel, el que habla está expedito para el servicio.

—Quedo enterado— contestó lacónicamente el superior.

—Ahora ruego á usía que se digne decirme el motivo del arresto, para no reincidir en la falta.

—¿El motivo, eh? El motivo es que ha echado usted á lucir varios de los siete pelos del diablo, en la calle del Chi- vato... y no le digo á usted más. Puede retirarse.

Y el teniente Mandujano se alejó architurulato, y se echó á averiguar qué alcance tenía aquello de los siete pelos del diablo, frase que ya había oído en boca de viejas.

Compulsando me hallaba yo unas papeletas bibliotecarias, cuando se me presentó el teniente, y después de referirme su percance de cuartel, me pidió la explicación de lo que, en vano, llevaba ya una semana de averiguar.

Como no soy, y huélgome en declararlo, un egoistón de marca, á pesar que

en este mundo enemigo no hay nadie de quien fiar; cada cual cuide de sigo, yo de migo y de tigo... y procúrese salvar.

como diz que dijo un jesuíta que, ha dos siglos, comía pan en mi tierra, tuve que sacar de curiosidad al pobre militroncho, que fué como sacar ánima del purgatorio, narrándole el cuento que dio vida á la frase.

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A£^

MIS ULTIMAS TRADICIONES 6t

II

Cuando Luzbel, que era un ángel muy guapote y engreído, armó en el cielo la primera trifulca revolucionaria de que hace mención la Historia, el Señor, sin andarse con procla- mas ni decretos suspendiendo garantías individuales ó decla- rando á la corte celestial y sus alrededores en estado de sitio, le aplicó tan soberano puntapié en salva la parte, que rodando de estrella en estrella y de astro en astro, vino el muy faccioso^ msurgente y montonero, á caer en este planeta que astróno- mos y geógrafos bautizaron con el nombre de Tierra.

Sabida cosa es que los ángeles son unos seres mofletudos, de cabellera riza y rubia, de carita alegre, de aire travieso, con piel más suave que el raso de Filipinas, y sin pizca de vello. Y cata que al ángel caído, lo que más le llamó la aten- ción en la fisonomía de loS hombres, fué el bigote; y suspiró por tenerlo, y se echó á comprar menjurjes y cosméticos de esos que venden los charlatanes, jurando V rejurando que hacen nacer pelo hasta en la palma de la mano.

El diablo renegaba del afeminado aspecto de su rostro sin bigote, y habría ofrecido el oro y el moro por unos mostachos á lo Víctor Manuel, rey de Italia. Y aunque sabía que para satisfacer el antojo bastaríale dirigir un memorialito bien par- lado, pidiendo esa merced á Dios, que es todo generosidad para con sus criaturas, por picaras que ellas le hayan salido, se obstinó en no arriar bandera, diciéndose in pecio:

—¡Pues no faltaba más sino que yo me rebajase hasta pe- dirle favor á mi enemigo!

No hay odio sujKjrior al del presidiario por el grillete.

—¡Hola!— exclamó el Señor, que, como es notorio, tiene oído

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62 RICARDO PALMA

tan fino que percibe hasta el vuelo del pensamiento.— ¿Esas tenemos, envidiosillo y soberbio?. Pues tendrás lo que me- reces, grandísimo bellaco.

Arrogante, moro, estáis, y eso que en un mal caballo como don Quijote vais; ya os bajaremos el gallo, si antes vos no lo bajáis.

Y amaneció, y se levantó el ángel protervo luciendo bajo las narices dos gruesas hebras de pelo, á manera de dos vibo- reznos. Eran la Soberbia y la Envidia.

Aquí fué el crujir de dientes y el encabritarse. Apeló á ti- jeras y á navaja de buen filo, y allí estaban, resistentes á de- jarse cortar, el par de pelos.

—Para esta mezquindad, mejor me estaba con mi carita de hembra— decía el muy zamarro; y reconcomiéndose de rabia, fué á consultarse con* el más sabio de los alfajemes, que era nada menos que el que afeita é inspira en la confección de leyes á un mi amigo, diputado á Congreso. Pero el socarrón barbero, después de alambicarlo mucho, le contestó :— Paciencia y non gurruñate, que á lo que vuesamerced desea no alcanza mi saber.

Al día siguiente despertó el rebelde con un pelito ó viborilla más. Era la Ira.

—A ahogar penas se ha dicho— pensó el desventurado.— Y sin más, encaminóse á una parranda de lujo, de esas que ha- cen temblar el mundo, en las que hay abundancia de viandas y de vinos, y superabimdancia de buenas mozas, de aquellas que con una mirada le dicen á un prójimo: i dése usted preso!

{Dios de Dios y la mona que se arrimó el maldito! Al des- pertar miróse al espejo, y se halló con dos huéspedes más en el proyecto de bigote. La Gula y la Lujuria.

Abotagado pK)r los licores y comistrajos de la víspera, y ex- tenuado por las ofrendas en aras de la Venus pacotillera, se

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 63

pasó Luzbel ocho días sin moverse de la cama, fimiando ciga- rrillos de la fábrica de Cuha libre y contando las vigas del techo. Feliz semana para la humanidad, porque sin diablo en- redador y perverso, estuvo el mundo tranquilo como balsa de aceite.

Cuando Luzbel volvió á darse á luz le había brotado otra cerda: la Pereza.

Y durante años y años anduvo el diablo i>or la tierra lucien- do sólo seis pelos en el bigote, hasta que un día, por malos de sus pecados, se le ocurrió aposentarse dentro del cuerpo de un usurero, y cuando hastiado de picardías le convino cam- biar de domicilio, lo hizo luciendo un i>elo más: la Avaricia.

De fijo que el muy bellaco murmuró lo de:

Dios, que es la suma bondad, hace lo que nos conviene. —(Pues bien fregado me tiene su divina Majestad) Hágase su voluntad.

Tal es la historia tradicional de los siete pelos que forman el bigote del diablo, historia que he leído en un palimpsesto con- temporáneo del estornudo y de las cosquillas.

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LA ASTROLOGIA EN EL PERÚ

Para los médicos, cirujanos, boticarios y barberos de Lima, eran, eii el siglo xvii, artículos de fe y parte integrante de la ciencia las supersticiones astrológicas. A la vista tengo un li- bro de 700 páginas en 4.», impreso en Lima por los años de 1660, y del que es autor Juan de Figueroa, familiar del Santo Oficio de la Inquisición, veinticuatro de Potosí y tesorero de la Casa de Moneda de esta ciudad de los Reyes, quien dedicó su abultada obra al virrey conde de Alba de Aliste. Titúlase el libróte: La Astrología en la medicina.

Según Figueroa, cuando el Sol entra en el signo de Aries, la tisis está de plácemes; y cuando domina Virgo abundan los tumores en el vientre. A Tauro le da el señorío de los dolores de cabeza; á Cáncer el de la sífilis; á Escorpión el de loá reumatismos; á Piscis el de las hidroi>esías ; á Capri- cornio el de la ictericia; y así á cada signo del zodíaco le adjudica el patronato de una dolencia.

Entre otras, no menos peregrinas invenciones, prohibe ha- cer gargarismos ó aplicarse un clister, mientras Piscis no haya entrado en cierta casilla que el autor señala en un pianito por él ideado; y califica poco menos que de suicida al que loma ui] vomitivo ó se hace sangrar, cuando Marte se halla de visita en la casa de Mercurio.

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6C) RICARDO PALMA

Medicinarse estando el Sol y la Luna en conjunción es, para nuestro autor, epilepsia segura; y en materia de sangrías y de ventosas, sólo las consiente cuando el Sol se va acer- cando al medio día.

El que enfermaba, aunque fuera de un dolor de muelas, cuando ciertos signos que él apunta se hallasen de bureo en cierta casilla, no tenía otro remedio que mandar por mortaja y cajón, para hacerse enterrar.

Para tener larga cabellera había que hacérsela cortar es- tando la Luna creciente en Virgo; y para conseguir que el pelo no creciera pronto, esperar á la Luna menguante en Li- bra. Las uñas debían cortarse estando la Luna en Tauro ó en León.

Quien tuviese la desgracia de enjgendrar un muchacho, es- tando Venus, Marte, Saturno y Mercurio en determinada ix)si- ción, no debía culpar más que á su ignorancia en Astrolo- gía, si el mamón resultaba (lo que no podía marrar, según Figueroa) con joroba, seis dedos en la mano, como diz que los tuvo Ana Bolena, ú otro desperfecto.

Engendrar bajo la influencia de tales y cuales astros era para que el muchacho saliese un facineroso, ó si era hembra el engendro, una pelandusca. En cambio todo el que se suje- tase á las reglas astrológicas, tendría los hijos con cualidades á medida del desea. Por lo menos, serafines de altarcico.

Cuando, en una mujer embarazada, las pulsaciones de la mano derecha eran más vigorosas que las de la mano izquierda, sin género de duda qué el fruto sería varón.

No es cuento de que yo me eche á borronear carillas de papel, que con lo apuntado sobra para que el lector se for- me concepto del libro, que tuvo gran boga en su tiempo, y del que no había, en Lima, casa de buen gobierno ó de ma- trimonio bien avenido, donde no hubiese un ejemplar más manoseado que la Alfalfa espiritual para los borregos de Cristo y la Bula de Cruzada.

Esos eran tiempws en los que cuando uno se encontraba con un pelo en la sopa, decía:— i Demonios! ¿de quién será esta hebra de i>elo?— La conozco, contestaba de fijo un co- mensal, es de la hija de la cocinera, que es una muchacha

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 67

muy guapa.— ¿De veras? Pues me la guardo— y limpiaba la hebra con la servilleta y se la guardaba en el bolsillo. Di- cen los astrólogos que xin cabello de buena moza traía ven- tura al poseedor.

V tan rodeada de supersticiosas y pueriles prácticas andaba la ciencia médica, en Lima, que cuando el profesor de Ana- tomía se hallaba en el compromiso de dar á sus discípulos lección sobre el cadáver, en el anfiteatro, antes de esgrimir cuchilla y escalpelo, rezaba en unión de los presentes, una plegaria en latín por el alma del difunto.

II

La Astrología médica tuvo también sus impugnadores, y el mar» enérgico fué don Juan Jerónimo Navarro, médico va- lenciano que, con el título Disertación astronómica^ publicó, en Lima, un interesante opúsculo, impreso en 1645.

Ocurrióle al doctor Navarro, (y precisamente esta ocurren- cia fué la que lo impulsó á escribir su Disertación) que habiendo recelado un purgante á uno de sus enfermos, que era encum- brado personaje, negóse el boticario á despacharlo. Y no sólo se negó sino que le escribió al enfermo la siguiente esquelita que, ad pedem literm^ copio del ya citado librejo.

«Señor mío: Vuesamerced no siga el parecer del doctor, » aunque él lo mande; pwrque mañana, á las cinco, es la con- ijunción, que si fuera por la tarde no correría vuesamerced llanto riesgo. De más que hoy no he hecho purga ningu- »na, ni tal se puede hacer hasta que pase la conjunción. Vue- »samerced vea lo que le parece, que á no me mueve otra teosa más que la conciencia.— Guarde Dios á Vuesamerced».

Combatiendo la crasa ignorancia y necedad del boticario cha- pucero, dice el doctor Navarro que acatar las supersticiones astrológicas, tan bien acogidas por el pueblo, no redunda sino en descrédito del médico y regalo para curas y sacristanes.

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68 RICABDO PALMA

Los deudos del finado, como era de cajón, se dividieron en bandos. Unos echaban pestes contra el boticario, entro- metido y palangana, y otros bufaban contra el galeno ignoran- tón. Este protestó más que el protestante inglés, y acudió al prolomédico solicitando que impusiese castigo severo al cri- ticastro de autorizada receta. El boticario, contestando al tras- lado, puso al querellante de camueso y farfullero que no ha- bía por dónde cogerlo; y lo peor es que con el manipulador de pildoras, ungüentos y jaropes hicieron causa común los de- más del gremio, entusiastas creyentes en la Astrología y sus maravillas, á pesar de que ya empezaba á popularizarse la re- dondilla que dice:

El mentir de las estrellas es muy seguro mentir, porque ninguno ha de ir á preguntárselo á ellas,

redondilla que, en nuestro siglo, ha sido reemplazada con esta oirá de autor anónimo:

Sobre microbios mentir, es mentir de gente sabia, pues se llega á conseguir dejar á todos en Babia.

El protomédico se vio en las delgaditas, ó en apuros para fallar. No se sentía con coraje para declararse contra las pre- ocupaciones dominantes, y en tamaño conflicto cortó por lo sano; esto es, declinó de jurisdicción enviando el proceso á Madrid, que fué como mandarlo al Limbo. Por el vai>or de la primera quincena del siglo entrante espero la sentencia del proceso.

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i\ por qsé fray Martfs de tos Forres, santo timcüo, «o liacc ya mitagros

A Carlos Rey Castro, en el Paraguay.

Para santo milagroso ó facedor de milagros, mi paisano fray Martín de Porres. Se lo echo de tapada á cualquier santo de Europa.

Como ya en otra tradición he escrito una sucinta biografía de fray Martín, que fué un bendito de Dios, con poca sal en la mollera pero con mucha santidad infusa, no he de repetirla ahora. De mis cocos, pwcos. Bástele al lector saber que como el viejo Porres no le dejó á su retoño otra herencia que los siete días de la semana y una uña en cada dedo para rascarse las pulgas, tuvo éste que optar por meterse lego dominico y hacer milagros. Dios sobre todo, como el aceite sobre el agua.

Cuando no había en mi tierra la plaga de radicales, maso- nes y librepensadores, cuando todos creíamos con la fe del carbonero, ni pizca de falta hacían los milagros, y los tenía- mos á granel ó á boca qué quieres. ¿Por qué será que hoy en que acaso convendrían para reavivar la fe, no tenemos si-

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70 RICARDO PALMA

quiera un milagrito de pipiripao por semana? Será por algo, que yo no he de perder mi ecuanimidad averiguando lo que no me importa saber. ¿Quién me mete en esas honduras?

El famoso escritor y orador sagrado padre Ventura de la Ráulica, en su p>anegírico de fray Martín de Forres, impreso en 1863, refiere que, sin moverse de Lima, estuvo nuestro santo compatriota en las Molucas, y en la China, y en el Japón, libertando del martirio á jesuítas misioneros, pues Dios le con- cedió el privilegio de la bilocación ó doble presencia, gracia que le negara á san Felipe Neri cuando éste la pretendió. El padre Ventura añade que lo que él nos cuenta, en su citado panegírico, consta en el proceso de canonización. Me doy tres puntadas con hilo grueso en la boca, y no me opongo al mila- gi*o. Yo, en cosas de frailería, á todo digo amén^ pues no quie- ro parecerme al amanuense del tirano Rozas, que puso en peligro la pellejina por andarse con recancanillas y dingolo- dangos. No desperdiciaré esta oportunidad para contarlo. Pue- de el lector fumar un cigarrillo mientras dure el cuento.

Diz que el amanuense le leía una tarde al supremo dictador las pruebas de una oda que debía aparecer en la Gaceta oficial del 25 de Mayo, y al llegar á unos versos que decían:

el pueblo te venera,

y el argentino sabe que en tus manos

flameará victoriosa su bandera.

lo interrumpió don Juan Manuel diciendo:— No me gusta ese verso. Donde dice bandera ponga usted eííamZar/e.— Excelentí- simo señor (se atrevió á argüir el mocito palangana)^ como es- tandarte no es consonante de bandera, va á resultar que no

resulta verso.— Don Juan Manuel de Rozas no aguantaba pi- cada de cáncano y, dando feroz puñada sobre la mesa, gritó: lCar...amba! Cállese la boca y ponga estandarte, antes que lo haga degollar por salvaje unitario.

Fuera el cigarrillo. Vuelvo á mis carneros, esto es, á los milagros. Allá, en el primer tercio del siglo xvii, cuando los

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 71

aniigos se encontraban en la calle no se decían como ogaño ¿qué hay de nuevo? ¿renuncia ó no renuncia el ministerio? sino ¿qué me cuenta usted de milagros? ¿ha hecho alguno nuevo, de ayer á hoy, el bienaventurado fray Martín?

Todas las mañanas acudía á la partería del convento de santo Domingo un cardumen de viejas y muchachas devotas en demanda del lego, y en solicitud de un prodigio más ó menos morrocotudo. Hasta la Carita de cido^ hembra que como fea no tenía nada que pedir á Dios, pues su fealdad era de veintitrés quilates como la de Picio, pretendió del santo limeño que la embelleciese, milagro que diz que no pudo, no quiso ó no sufK) hacer fray Martín. Si lo hace se divierte, porque las feas de un ¡Jesús María y José! no le habrían dejado á sol ni á sombra.

Fastidiado el prior de que á la portería de su convento acudieran más faldas que al jubileo, resolvió cortar por lo sano, y llamando una mañana al taumaturgo le dijo:--Her- mano Martín, bajo de santa obediencia le prohibo que haga milagros sin i>edirme antes permiso.-— Acato la prohibición, re- verendo padre.

Pero fray Martín era de suyo milagrero, y sin darse cuenta, sin propósito é intención de desobedecer al mandato, seguía menudeando milagritos de poca entidad.

Sucedió que un día resbalóse de altísimo andamio un al- bañil que se ocupaba en la reparación de un claustro, y en su cuita gritó:— ¡Sálveme, fray Martín! El legó alzó las ma- nos, y le contestó:— Espere, hermanito, que voy por la supe- rior licencia.— Y el albañil se mantuvo en el aire, patidifuso y pluscuamperfecto como el alma de Garibay, esperando el regiego del lego dominico.

¡A buenas horas, mangas verdes! dijo el prelado. ¿Qué

permiso te voy á dar si ya has hecho el milagro? En fin,

anda y remátalo. Pase por esta vez, pero que no se repita.

Este milagro hizo en Lima más ruido que una banda de

tambores, y fué más sonado que las narices.

Fallecido fray Martín en No\iembre de 1639, á los sesenta años de edad, nadie se quedó en mi tierra sin reliquia de un retacito del hábito ó de la camisa, ó por lo menos sin

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72 RICARDO PALMA

una pulgarada de tíerra extraída de la sepultura, tierra que guardaban en un saquito de terciopelo, y que, á guisa de re- licario, llevaban los crédulos devotos pendiente del cuello. Esta tierra diz que era eficaz específico contra la diarrea.

Con el correr de los tiempos las reliquias fueron al basu- rero, y las que se conservaban en el convento las mandó en- cerrar en una caja el primer arzobispo republicano don Jorge Benavente, y en 28 de Septiembre de 1837 las remitió á Roma consignadas al general de la orden de predicadores. Vaya si hemos sido ingratos los limeños con nuestro santo paisano, pues de él no tenemos ya ni reliquias! Lo siento, pero no puedo llorar por tamaña ingratitud. Yo no he de ser como el verdugo de Málaga, que se murió de pena, porque á un conocido suyo le echó el sastre á perder unos pantalones sa- cándoselos estrechos de pretina.

Durante muchos meses dio el pueblo en acudir á la tumba de fray Martín en solicitud de milagros, y el difunto no siem- pre anduvo remolón para hacer favores. Pero una mañana se levantó con la vena gruesa el padre prior, y precedido i)or la comunidad se encaminó á la sepultura, donde con acento solenme y campanudo dijo:— Hermano Martín, cuando vivías en el mundo obedeciste humildemente mis mandatos, y no he de creer que en el cielo te hayas vuelto orgulloso y rebelde á tu superior jerárquico, negándole la santa obediencia que juraste un día. Basta de milagros. Te intimo y mando que no vuelvas á hacerlos.

Y que nuestro santo paisano acató y sigue acatando la im- posición de su prelado, lo comprueba el que, ni por buro- nada, se ha hablado de milagros prodigiosos por él realizados de-jpuéó del año 1640.

Lo que es ahora, en el siglo xx, más hacedero me parece criar moscas con biberón que hacer milagros.

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LLUVIA DE CUERNOS

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Véame en las congojas del zampabodigos Poncio Pílalos si no es verdad que en la imperial villa de Potosí, allá por los años de 1647, llovieron cuernos.

Fué el caso que en 1617 vino de España á América, con nombramiento real de Gobernador de Potosí, el hidalgo don Luis Antonio de Oviedo, Herrera y Rueda, natural de Madrid y caballero de Santiago, el cual con el correr de los tiempos y por sus personales merecimientos, obtuvo de la corona ei nobiliario título de conde de la Granja. Es don Luis Antonio de Oviedo autor del celebrado pwema, en octavas. Vida de San- ta JRosa^ y de otro, en romance, titulado Pasión de Cristo. El conde poeta murió en Lima en 1717, á los ochenta años de edad.

Muy popular y querido en Potosí era su señoría, porque, á fuerza de sagacidad y no de garrote, alcanzó á poner tér- mino á las sangrientas querellas de criollos y vascongados, y porque fué tan generoso amparador de los indios que forzó

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7i RICARDO PALMA

á los ricachos mineros á remunerar el rudo trabajo de los peone;, con un pequeño aumento de salario.

El excelentísimo señor conde de Lemos, virrey del Perú, que era un gallego con cabeza de cocobolo, desaprobó el pro- cedimiento de su señoría el Gobernador y le ordenó que, en el término de la distancia, se presentase en Lima á dar cuen- ta de sus actos, entregando el gobierno de la villa á don Diego de tJlloa, del hábito de Santiago, y tan gallego como su ex- celencia

Era el de Ulloa un viejo escuchimizado y carantamaula, el cual, según la voz pública, andaba muy bien de capitales, como que tenía los siete pecados.

En cuanto á talento administrativo parece que no tenía mu- chos sesos en la sesera, y mucho aserrín y virutas.

Llevaba don Diego casi dos años de gobierno en Potosí, donde por sus arbitrariedades, codicia y corrupción se había conquistado universal odiosidad, cuando pwr correo de bru- jas se supo que á Lima había llegado una real orden des- aprobando la destitución de Oviedo, y disponiendo que vol- viese al gobierno de la imperial villa. El mismo correo de brujas trajo también la nueva de que el virrey conde de Le- mos era ya alma de la otra vida.

Oficialmente no se tenía pwr la autoridad la menor noti- cia, ni nadie había recibido en Potosí carta en que ambas no- vedades se comunicasen; pero el pueblo creía tan á pie jun- tilias en la veracidad del correo de brujas que una noche se echaron grupos á recorrer las calles, quemando cohetes y dando vítores á Oviedo.

Asomóse don Diego de Ulloa al balcón para informarse de lo que motivaba tamaño alboroto, é instruido de la causa echó un valecuatro, y continuó:— Ya pueden ustedes, gi-andí- simos borrachos, dejarse de bullanga y largarse á sus casas, antes que me atufe y haga una gallegada como mía. Espe- ren ustedes á su mentecato Oviedo como esperan los judies al Mesías, que ese mamarracho volverá de Gobernador el día que lluevan cuernos sobre mi cabeza. (Nota bene.— Su señoría militaba en el gremio de los solterones y era pescador de an-

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 75

cho\eias en playa mansa). A su casa todo el mundo he d¡- clio, y largó otro valecuatro.

Y sil.' más estrépito se disolvió la manifestación,. como aho- ra decimos.

Corrieron dos semanas sin avanzar en noticias. Entre tanto los partidarios de Oviedo, que eran casi t®dos los vecinos, se echaron á comprar cuernos de carneros, ovejas y toros, en el rastro ó matadero de Potosí, y una mañana, á la hora del apelde matinal, volvió la turba populachera á presentarse bajo los balcones del Gobernador.

Este brincó del lecho y, á medio vestir, se presentó con ánimo de echar á la muchitanga un par de bravatas y cua- tro barbaridades; pero los manifestantes, apenas vislumbra- ron la silueta de don Diego, empezaron á rasguear charan- gos y guitarras, acompañando á un andaluz de voz potentí- sima que cantó esta copla:

Viejo archipámpano y loco, puedes ya irte á los infiernos, ¿de cuernos pediste lluvia? pues toma lluvia de cuernos.

Y sil', más llovieron cornamentas sobre su señoría, forzán- dolo á refugiarse en el salón para no ser descalabrado.

Pocas horas después entró en Potosí, bajo arcos triunfa- les y pisando sobre barras de plata, el futuro conde de la Granja

Don Diego siguió como vecino en la imperial villa, en la condición de san Alejo, es decir, cornudo y conforme, méri- tos por los que éste alcanzó el cielo y la santidad.

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UNA CAUSA POR PERJURIO

El 21 de Mayo de 1606 se presentó ante un escribano de la imperial villa de Potosí un mestizo nombrado Diego de Valverde, natural de Lima y de veinticinco años de edad, re- cienlcmente casado con Catalina Enríquez, de dieciocho aflos, nacida en Potosí é hijastra de Domingo Romo, español, marido de Leonor Enríquez, solicitando que se extendiese una escri- tura por la cual constara que juraba á Dios y á una cruz, puebla la mano sobre los santos Evangelios, que se obligaba á no fumar tabaco y á no beber chicha ni vino durante dos años, bajo pena de que, si en ese lapso de tiempo quebran- taba el juramento, se le tuviese por infame perjuro, y com- prometido á pagar quinientos pesos, de plata ensayada y mar- cada, para sustento de los presos en las cárceles del Santo Oficio. Extendió el cartulario la escritura, firmándola Valver- de y suscribiendo como testigos Domingo Romo (el marido de la suegra), Rodrigo Pérez y Alonso Donayre.

Este documento, que á la vista he tenido para extractar- lo, se encuentra en un tomo de manuscritos de la Biblioteca de Lima que lleva por título Papeles de la Inquisición.

No había aún transcun-ido un año cuando, el 2 de Abril de 1607, se presentaron ante el padre Antonio de Vega Loay- za, jesuíta y comisario del Santo Oficio en Potosí, dos muje- res llamada Leonor^ Enríquez, de treinta y seis años de edad, y Catalina Enríquez, de diecinueve años, suegra la primera y espesa la otra de Valverde, acusando á éste de que, en ple- na borrachera, había dado una pedrada, que le ocasionó la

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78 RICARDO PALMA

muerlc. á Domingo Romo, padrastro de la última, y asiládo- se en la iglesia mayor.

Llenados los trámites para obtener la extradición del reo que se acogiera á sagrado, el gobierno secular inició contra Valvcrdc causa por asesino, á la vez que la Inquisición lo enjuiciaba por perjuro, reclamando los quinientos morlacos que rezaba el documento.

Valverde se defendió en regla. Dijo que del tenor literal de la escritura no resultaba que él se hubiese obligado á no em- briagarse, sino á no hacerlo con chicha ni con vino; pero que estaba en su derecho para emborracharse con aguardien- te, licor que empezara á consumir en abundancia desde el día en que se impuso la obligación de renunciar á los otros de que antes fuera devoto.

Hubo la mar de declaraciones. Todos los testigos conve- nían en que era Valverde borracho habitual; pero no hubo bodegonero, expendedor de vino, ni chichera que declarase ha- berle vendido zumo de parra ó de maíz. ítem, en lo corrido de afio, nadie le había visto fumar ni un cigarrillo.

Esto nos trae á la memoria la historieta del alemán bo- rrachín á quien su mujer rogaba que no consumiese cerveza, y él la ofreció solemnemente que con el último día del año lomaría la última chispa de licor amargo. En efecto, el 31 de Diciembre, poco antes de las doce de la noche, se presentó ante su costilla en temporal deshecho, y la dijo:

Permita Dios que reviente antes que cerveza beba.

Año nuevo, vida nueva

Desde mañana... i aguardiente !

El padre Vega Loayza, que era el juez en el proceso inqui- sitcrial, se convenció de que estaba perdiendo su tiempo y su latín, y sobreseyó en la causa de perjurio, si bien el juez secular condenó á Valverde á sólo cinco años de cárcel por haber descalabrado al marido de su suegra, parentesco que de Suyo constituía motivo atenuante del homicidio.

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HISTORIA DE UNA EXCOMUNIÓN

Al doctor Dickson Hünter, en Arequipa.

Se ha declarado usted mi proveedor de café, compartiendo anunlmente conmifro el muy ex- quisito (jue le reirnla alfsún ««radecidn enferno de BU clientela. Soy, pues, su deudor, y cúmple- me pairarle en la única moneda que puede ya ser (jarata & un ricacho como usted. Ábrame cuenta nueva, y por caacelada la de aftos anterío' qs con la tradición que hoy le dedica su muy devoto amigo.— R. P.

I

El Dean de la Catedral del Cuzco doctor don Fernando Pérez Oblitas fué elevado á la categoría de Provisor del obis- pado en sede vacante por fallecimiento del ilustrísimo doctor don Pedro Morcillo, acaecido el sábado santo l.Q de Abril de 1747, precisamente á la hora en que las campanas repicaban gloria.

Entre los primeros actos de eclesiástico gobierno del se- ñor Dean, hombre más ceremonioso que el día de año nue- vo, cuéntase un edicto prohibiendo, con pena de excomunión

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80 RICARDO PALMA

mayor ipao facto incurrenda, que los viejos usasen virrete den- tro del templo, y otro reglamentando la indumentaria feme- nina, reglamentación de la cual resultaban pecaminosos los trajes con cauda en la casa del Señor. Es entendido que las infractoras incurrían también en excomunión, pues en la ciu- dad de los Incas, ateniéndome á las muchas excomuniones de que hace mención el autor del curioso manuscrito Anales del Cuz- cOy se excomulgaba al más guapo y á la más pintada por tin quítame esa pulga que me pica.

El Arcediano del Cuzco, doctor Rivadeneira, era un viejo giniñóu y cascarrabias, á quien por cualquier futesa se le subía san Telmo á la gavia, y que en punto á benevolencia para con el prójimo estaba siempre fallo al palo. Gastaba más or- gullo que piojo sobre caspia, y en cuanto á pretensiones de ciencia y suficiencia era de la misma madera de aquel predi- cador molondro que dio comienzo á un sermón con estas pala- bras—Dijo nuestro Señor Jesucristo, y en mi concepto dijo bien —de manera que si hubieran discrepado en el concep- to, su paternidad le habría dado al hijo de Dios una leccion- cita al pelo. Agregan que, i>or vía de reprimenda, cuando des- cendió del pulpito le dijo su prelado:

Nunca, nunca encontraré, por mucho que me convenga, un mentecato que tenga las pretensiones de usté.

El 4 de Junio del antedicho año de 1747, á las nueve de la mañana, entró en la Catedral doña Antonia Peñaranda, mu- jer del abogado don Pedro Echevarría. Era la doña Antonia señora de muchas campanillas, persona todavía apetitosa, que gastaba humos aristocráticos y tenida pwr acaudalada, como que era de las pocas que vestían á la moda de Lima, de donde la venían todas sus prendas de habillamiento y ador- no. Acompañábala su hija Rosa, niña de nueve años, la cual lucía trajecito dominguero con cauda color de canario acon- gojado.

Principiaba la misa, y todo fué uno ver que madre é hija

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 81

se airodillaban para persignarse, y gritar con voz de bajo pro- fundo su señoría el Arcediano:—! Fuera esas mujeres que tie- nen la desvergüenza de venir con traje profano á la casa de Dios! ¡Fuera! ¡Fuera!

Doña Antonia no era de las que se muerden la punta de la lengua, sino de las que cuando oyen el Dominus vohiscum no hacen esperar el et cum spiritu tuo. Dominando la sorpre- sa y el sonrojo, contestó:— Perdone el señor canónigo mi ig- norancia al creer que el mandato no rezaba con la niña, ade- más de que no he tenido tiempo para hacerla saya nueva, y la he traído para que no se quedara sin misa.

En vez de calmarse con la disculpa, el señor Arcediano se subió más al cerezo, y prosiguió gritando:— He mandado

que se vaya esa mujer irreligiosa Bótenla á empellones

¡Fuera de la iglesia! ¡Fuera!

Dios concedió á la mujer cuatro armas, á cual más tre- menda: la lengua, las uñas, las lágrimas y la pataleta. Doña Antonia oyéndose así insultada, tomó de la mano á Rosita y se encaminó á la puerta, diciendo en alta voz:— Vamos, niña, que no está bien que sigamos oyendo las insolencias de este zamboj borrico y majadero.

¿.Zambo dijiste? ¡Santo Cristo de los temblores! ¿Y tam- bién borrico? ¡Válganme los doce pares de orejas de los doce apóstoles!

El Arcediano, crispando los pxiños, quiso levantarse en per- secución de la señora; mas se lo estorbaron el sacristán y el perrero de la Catedral.

—¡Vayase en hora mala la muy puerca! ¿Yo, zambo? ¿Yo^ borrico?

En puridad de verdad lo de borrico no era para sulfu- rarse mucho, y bien pudo contestársele con el pareado de un poeta :

Hombre, no te atolondres:

borricos, como tú, hay hasta en Londres.

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RICARDO PALMA

¿Fero lo de zambo, á quien se tenía por más blanco que el caballo del Apocalipsis? Ni á María Santísima le aguanta- ba su señoría la palabreja. Antes colgaba la sotana y se me- tía almocrí, esto es, á lector del Koran en las mezquitas.

El caso es que su señoría el Arcediano, aunque nacido en España y de padres españoles, era bastante trigueño, como si en suó venas circularan muchos glóbulos de sangre morisca.

El día siguiente fué de gran alboroto para el vecindario del Cuzco, porque en la puerta de la Catedral apareció fijado este cartelón:— iTéngase por pública excomulgada á Antonia ^Peñaranda, mujer de don Pedro Echevarría, por inobedien- ite á los preceptos de Nuestra Santa Madre Iglesia, y por el •de&acato de haber tratado mal de palabras al señor doctor *don Juan José de la Concepción de Rivadeneira, y porque icon sus gritos desacató también al doctor don José Soto, pres- »bíttro, que estaba actualmente celebrando el Santo Sacrifi- »cio.— Nadie sea osado á quitar este "papel, bajo pena de ex- »coniunión». Y firmaba el Provisor Pérez Oblitas.

Motivo de grave excitación para los canónigos del Cabildo eclesiástico había sido el suceso de la misa dominical. Unos opinaron por meter en la cárcel pública á la señora, y otros por encerrarla en las Nazarenas; pero estos dos espedientes ofrecían el peligro de que la autoridad civil resistiese auto- rizar prisión ó secuestro. Lo más llano era la excomunión, que al más ternejal le ponía la carne de gallina y lo dejaba cabizlivo y pensabajo. Una excomunión asustaba en aquellos ticmpoo como en nuestros días los meetings populacheros.— ¿Qué gritan, hijo?— Padre, que viva la patria y la libertad. —Pues echa cerrojo y atranca la puerta.

Las principales señoras del Cuzco, entre las que doña Anto- nia gozaba de predicamento, varios regidores del Cabildo, el superior de los jesuítas y el comendador de la Merced, iban del Provisor al Arcediano, y de éste á aquél, con empeño para que se levantase la terrorífica censura. El Provisor, poniendo cara de Padre Eterno melancólico, contestaba que por su parte no habría inconveniente, siempre que la excomulgada se avi- niese á pagar multa de doscientos pesos (la mosca por delante),

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 83

y que el Arcediano se allanase á perdonar á su ofensora. Dios y ayuda costó conseguir lo último del doctor Rivadeneira, des- pués de tres días de obstinada resistencia.

El 8 de Junio, día en cpie se celebraba la octava de Corpus, se retire el cartel de excomunión, y el Provisor declaró ab- suelta é incorporada al seno de la Iglesia á la aristocrática dama que no tuvo pepita en la lengua para llamar zambo, y borrico, y majadero, á todo un ministro del altar.

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LOS MILAGROS DEL PADRE RACIMO

En la librería del convento franciscano de Lima tuve, en 1884, oportunidad para leer un manuscrito de 21 folios con el siguiente título: Cakta que escribió el P, Fr. Juan García Raci- mo, religioso descalzo y procurador general de la orden de N, P. San Francisco en Filipinas,

De buena gana habría sacado copia íntegra del curioso ma- nuscrito, que ha desaparecido ya de la librería; pero tuve que limitarme á hacer un extracto de los principales milagros que el autor consigna. Discurriendo, años más tarde, en Madrid, con un entendido bibliófilo, me aseguró éste que la carta del padre Racimo se había impreso, en España, por los años de 1670 á 1674.

Sin comentarios, va el extracto de todo lo que, como ma- ravilloso, relata en su carta el padre Racimo.

Dice el buen franciscano que en 1667, hallándose en una gi'au ciudad de la China, fué testigo de que durante tres horas cayó lluvia de ceniza, y de cpie en el cielo se vieron xma colum- na, una mitra y un azote formados por las estrellas.

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8() lÜCARDO PALMA

lili el convento de Santo Domingo de Manila, estando un religioso en el coro vio entrar á nuestro padre san Francisco en la capilla mayor, el cual, por señas, le ordenó que se re- tirase á los claustros. Un minuto después de salido éste, se derrumbó el coro.

Habiéndose un caimán comido el costado derecho de un indio, llevaron, en la noche, el cadáver á la iglesia para darle sepultura, y el obispo dispuso que hasta el día siguiente se dejase al pie de la imagen de san Francisco. Por la mañana hallaron el cuerpo íntegro, sin faltarle lo devorado por el cai- mán, y lo enterraron.

Doce mil chinos fueron á demoler y quemar el convento de san Diego; pero no lo toleró el santo, porque, á cordonazos, arrojó á los enemigos en el río, donde se ahogaron muchos, pereciendo los restantes á manos de la guarnición española*.

iValientazo el san Diego!

Una escuadra holandesa de doce navios comenzó á batir la fortaleza de Cavite, junto á la cual se alzaban la iglesia y el con-

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 87

vi'ulo de san Diego. Apareció en la torre una señora (María Sanlí&ima) vestida de blanco, que cogía las balas en el aire y las devolvía sobre los buques con mayor fuerza que las lan- zadas por los cañones, forzando á los buques á retirarse con averías.

¡Qué lástima que el milagríto no se haya repetido en nues- tros díaó con los norteamericanos! Verdad que ya no hay milagros. Hoy ni el padre Racimo creería en ellos.

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LAS BARBAS DE CAPISTRANO

No fueron pocas las contemporáneas del virrey Abascal que 3'o alcance á conocer y tratar que, cuando hablaban de varo- nes de poblada barba, solían decir:— Este hombre tiene más pelos ei la cara que Capistrano.

Por supuesto que ellas no conocieron al tal Capistrano, y la frase la habían aprendido de sus abuelas y madres.

Buscaba yo ayer un áato que me interesaba en la Crónica fraimscana del padre Torrubia, dato que no encontré, cuando i vayase lo uno pwr lo otro! las barbas de Capistrano apare- cieron ante mis quevedos, y como no soy baúl cerrado, ahí va la historieta.

Muy gran devoto de nuestro padre san Francisco era, allá por los años de 1780, don Juan Capistrano Ronceros, rico mi- nen» de Pasco, avencidado en Lima. De más es decir que mensualmente contribuía con gruesa limosna para el culto del

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90 RICARDO PALMA

seráfico y que, por ende, los frailes lo trataban con mucho mimo, consideración y respeto.

Este don Juan Capistrano militó, en los tiempos del virrey Ama!, entre los guardianes del fortín que, en las riberas del río Perene, se levantara para defender esa región de un ataque de indios salvajes, los que al cabo asaltaron el fortín con éxito para ellos. Entre las ruinas se conserva todavía un cañón fun- dido en el Perú, en el que se lee la inscripción siguiente:

Quien a mi rey ofendiere

a veinte cuadras me espere

1741

Ave María.

, Una pulmonía doble, de esas que no perdonan, atacó de improviso á Capistrano; y cinco galenos, en junta, declararon que la enfermedad era tan incortable como un solo de espadas con cinco matadores, salvo un renuncio, obra de la Provi- dencia. Pero, como ésta no quiso tomar cartas en el juego, tuvo el paciente cpie emprender viaje al otro barrio.

Yacía, tibio aun, el cadáver en el dormitorio, del que cui- daban, en una habitación vecina, dos mujeres abrumadas de sueño y de cansancio, cuando se les apareció un franciscano, con capucha calada y brazos cruzados sobre el pecho, quien las dijo:— Hermani tas, ya queda amortajado el difunto.— Y di- cho esto, desapareció, dejando patidifusas á las guardianas que no habían visto entrar alma viviente en el cuarto mortuorio.

. La esposa de Capistrano hizo llamar al padre guardián, que era de los íntimos de la casa, y éste la aseguró que nin- guno de sus recoletos había puesto pie fuera de claustros des- pués de las ocho de la noche. La única novedad ocurrida era que la efigie de san Francisco había amanecido despojada de hábito, capilla y cordón, prendas con las que aparecía amor- tajado el difunto, al que se hizo muy pomposo entierro, dán- dose sepultura al cadáver en el cementerio vecino á la huerta.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 91

que era donde reposaban los restos de los conventuales y de ios buenos cristianos favorecedores del culto seráfico.

Pasaron más de veinte años y acaeció la muerte del ma- yorazgo de don Juan, el cual había imitado á su padre en la devoción. En su testamento dejaba un bonito legado á los franciscanos, pidiéndoles ser sepultado en la misma fosa en quíí yacía su padre.

Abierta la sepultura de Capistrano se encontró el cadáver incorrupto, lo que nada de maravilloso ofrece. Lo que tie- ne tres p)ares de pelendengues, en materia de milagros, y que yo creo á pie juntillas porque lo asegura el padre Torrubia, que fué la veracidad andando, es es que al muerto le ha- bían crecido las barbas, y que éstas le llegaban hasta la cin- tura, lujo de que no disfrutó ni el mismo Jaime el Barbudo.

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iüVIVA EL PUF!!!

Ai reglando manuscritos dispersos, en la Biblioteca Nacio- nal, dime con un proceso así intitulado:— J.w/o« criminales, se- guidos de oficio, contra los que quitaban á las mujeres el postizo que rargan á la cintura. Año de 1783.— Lima. Real Sala del Crimen.

El título era tentador para mí. Écheme á leer el proceso y, después de leído, resolvíme á presentarlo en extracto, á mis leclcres, á riesgo de que digan que traigo sin tornillo el reloj de la cabeza, pues ocupo mis horas de descanso en sacar á plaza antiguallas.

Fue el caso que el ilustrísimo señor don José Domingo González de la Reguera, arzobispo de Lima, escandalizado con la exageración de los guarda-infantes ó faldellines, fomentos ó tafanarios, como entonces se decía, ó sea crinolinas, embu- chados, polisones, categorías, colchoncitos y puffs, como hoy decimos, con que las mujeres daban al i>rójimo gato ,pK)r lie- bre, fabricándose formas que no eran, por cierto, las verda- deras, promulgó edicto eclesiástico prohibiendo los postizos. No aparece el edicto en el proceso, y por eso no puedo ase- gurar si había ó no pena de excomunión para las hijas de Eva que se obstinasen en seguir abultando el hemisferio occi- dental, dando con ello motivo de pecadero á nosotros los po- brecitos nietos de Adán.

Extractemos ahora.

Don Valerio Gassols, capitán de la guardia de su excelen- cia el Virrey don Agustín de Jáuregui, se presentó el 10 de Noviembre de 1783 ante el Alcalde del Crimen, dando cuenta de haber metido en chirona á más de cuarenta muchachos que andaban, en la mañana de ese día, por las calles prin-

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94 RICARDO PALMA

cipales de la ciudad, desnudando mujeres, de esas de orto- grafía dudosa, i>ara ver si llevaban ó no postizo. Añadió su merced que aquello era una indecencia sin nombre, y que para ponerle coto á tiempo, antes que, alentándose con la impu- nidad 6 desentendencia de los oficiales de justicia, llevaran el desacato y el insulto á personas de calidad, había echa- do guante á los turbulentos, empezando por el cabecilla que era un chileno, mocetón de veinticinco aftos, el cual iba, á caballo, batiendo una bandera de tafetán colorado, enarbo- lada en la punta de una caña de dos varas de largo.

La Sala del Crimen mandó organizar el respectivo sumario, y aquí entra lo sabroso.

Chepita Navarro, cuarterona, de veintitrés años de edad, hembra de cuya cara llovía gracia, y de profesión la que tuvo Magdalena antes de amar á Cristo, juró, por una señal de cruz, que i>asando á las diez de la mañana por la plazuela de San Agustín, acompañada de una amiga, dada como ella

á hacer obras de caridad, fueron asaltadas y no prosigo,

porque» el resto de la declaración es muy colorado^ y la Chepita catedrática en el vocabulario libre de las cellencas.

Idéntica declaración es la de Antuca Rojas, blanca, de vein- ticinco años, moza que lucía un pie mentira en pantorrillas verdad, y de oficio corsaria de ensenada y charco.

Cuentan de esta Antuquita que yendo en una procesión entre las tapadas de saya y manto, un galancete, que moti- vos de resentimiento para con ella tendría, la dijo grosera- mente:

¡Adiós, grandísima p...erra!

A lo que ella, sin morderse la lengua, contestó:

—Gracias, cáballerito, por la honra que me dispensa igua- lándome con su madre y con sus hermanas.

También declaró Marcelina Ramos, otra que tal, mestiza, de veinte años de edad y que ostentaba, en vez de un pan de ojos negros, dos alguaciles que prendían voluntades.

El escribano debió ser, por mi cuenta, pescador de mar ancha y un tuno de primera fuerza; porque redactó las de- claraciones con una crudeza de palabras que... i ya! ¡ya!

Resulta de las declaraciones todas, que los cuadrilleros ase-

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MIS ULTIMAS TBADICIONES 95

gurabaí' que el Arzobispo les había dado la comisión de arran- char,,, postizos; y que no fué culpa de los arranchadores el que, Junto con los postizos, desaparecieran sortíjitas, arelilos de oro y otros chamelicos.

Las declaraciones de los muchachos (que casi todos te- nían apodo como Misturita, Pedro el Malo, Mascacoca, y Cor- cobita) parecen cortadas por un patrón. Todos creyeron que el hombre de á caballo, que enarbolaba la bandera de tafe- tán, sería alguacil cumplidor de mandato de la justicia y que, como buenos vasallos, no hicieron sino prestarle ayuda y bra- zo fuerte.

Sólo uno de los declarantes, Pepe Martínez, negro, escla- vo, y de trece aftos de edad, discrepa en algo de sus compa- flej'os. Dice este muchacho que, en la esquina de la Pescade- ría, un hombre sacó clichülo en defensa de una mujer: que, á la bulla, salió del palacio arzobispal un pajecito de su ilus- trísima quien, después de informarse de lo que ocurría, dijo:

—Lo mandado, mandado: sigan arranchando c s, y al que

se oponga aflójenle su pedrada, y que vaya á quejarse á la madre que lo parió.— Añade el declarante que el Arzobispo es- taba asomado á los balcones presenciando el bochinche.

Por fin, á los diez días de iniciada la causa la Sala del crimen, compuesta de los oidores Arredondo, Cerdán, Vélez, Cabeza y Rezabal, mandó poner en libertad á los muchachos, y expidió el fallo que sigue:

iVistOvJ estos autos, y haciendo justicia, condenaron al mes- >tizo Francisco de la Cruz, natural de Concepción de Chile, >en un mes de presidio al del Callao, para que sirva á su «Majestad en sus reales obras, á ración y sin sueldo, y se le •apercibe muy seriamente cpie, en caso de que reincida en »los alborotos por los que ha sido encausado, se le castigará >con el mayor rigor i)ara su escarmiento.— Lima, y Noviem- »bre 20 de 1783.— Cinco rúbricas. Egúsquizai»,

Desde este afto quedó, en mi tierra, autorizada pwr el Go- bierno civil la libertad de postizos, libertad que ha ¡do en crcccndo hasta llegar al abominable puff de nuestros días.

Afortunadamente, las limeñas están hoy libres de que Ar- zoLispo escrupuloso azuce á los mataperros, i Viva el puff!

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EL MARQUES DE LA BULA

Lujo para las familias aristocráticas de Lima, eii el pasado siglo, era tener en casa oratorio ó altar portátil, á fin de que las señoras y servidumbre doméstica no necesitaran, en los días de precepto, salir á la calle y andar de iglesia en igle- sia en pos de la obligada y obligatoria misa. Excedían de cua- renta las familias que, en la ciudad, gozaban de tal privile- gio, y que, por ende, tenían capellán y confesor propio, de- centemente* rentado.

Su ilustrísima el Arzobispo don Juan Domingo González de la Reguera tuvo, allá por los años de 1784, noticia de que no en todos los oratorios se celebraba el sacrificio con la de- cencia debida; y aun se le informó de que algimos funcio- naban sin licencia en regla. Para cortar el abuso, nombró Vi- sitador General de capillas y oratorios de esta ciudad de los Reyes y sus suburbios, al doctor don José Francisco de Ar- quelladc^ y Sacrestán, racionero de esta Santa Iglesia Metro- politana y rector del Convictorio de San Carlos.

Su señoría no anduvo con pies de plomo en la visita; y, en un mes que ella durara, ratificó la concesión en cuarenta y tres fundos rústicos del valle de Lima, denegándola en sólo cinco. Pasó luego á las visitas domiciliarias, y únicamente en dos casas tuvo algo que objetar al privilegio.

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RICARDO PALMA

El 8 de Enero se hizo anunciar el Visitador en casa del

marqués de C quien se negó á hacer abrir las puertas del

oratorio, alegando que, por Breve de Su Santidad Clemente VII, acordado en 20 de Marzo de 1530 á su abuelo Lope de Anti- llón y á sus descendientes, estaba en la legítima posesión de los siguientes derechos:

1/^ De poder dar de trompadas á cualquier sacerdote, siem- pre que no fuese obispo; y que así anduviese muy circunspecto su señoría el racionero Visitador.

2." Que para él adulterio, estupros y hasta seducción de monjas, eran pecadillos de poca monta; pues, según la Bula, le estaban perdonados.

3s Que todo voto ó juramento no lo obligaba á él ni á los suyos; que con él no rebaban las excomuniones; y que le era lícito promiscuar y quebrantar ayunos.

4." Que podía tener oratorio y capellán en casa, sin nece- sidad de licencia arzobispal.

El señor Arquellada y Sacrestán argüyó cuanto pudo para hacer práctico su deber de visitar el oratorio ó capilla; pero viendo que el marqués principiaba á amostazarse, receló que éste, autorizado como aseguraba estarlo por Su Santidad, lo acometiese á mojicones y no le dejase hueso sano y que bien lo quisiera. El visitador se despidió cortésmente, y fué con la novedad al Arzobisjx), pidiendo, á la vez, que comisionase á otro sacerdote para la visita al oratorio del rebelde, que era hombre de malas pulgas, irresi>etuoso con los sacerdotes y capaz de un desaguisado.

Sobrevino de aquí litigio.

El Arzobispo dudaba de la existencia de tal Breve ó Bula pontificia; y el marqués, como por quemarle más la pajuela, se hacía remolón para exhibirla. A la postre, tuvo que ceder; y así el señor de la Beguera como su coro de canónigos casi se cajeron de espaldas al leer el Breve, en latín, con el autén- tico sello, y la traducción castellana debidamente legalizada, documentos ambos que á la vista tengo, yo el tradicionista, y de que doy fe en toda forma y como en derecho se pre- viene.

Como para el lector carece de importancia el texto latino.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 99

limilaréme á reproducir la traducción, suprimiendo apellidos, con el caritativo propósito de impedir que algunos de los des- cendientec (que no son pocos en Lima), de las familias favo- recidas, se echen á golpear frailes y seducir monjas, en la cer- tidumbre de que, si pecan en ello, ahí está la Bula que los absuelve.

Clemente, Papa \^I

A los amados hijos, Salud y Apostólica bendición. El efec- to de la sincera devoción que nos tenéis, y á la Iglesia Ro- mana, merece que te concedamos favorablemente aquellas co- sas por las cuales pueda constarte á ti y á las almas de todas las personas que te tocan, que no hay cosa que por tus ren- didos ruegos no te queramos conceder, á ti y á nuestra que- rida hija en Cristo Ana tu mujer, y también á los amados

hijos (aquí siguen diecisiete nombres de jefes de familia,

nombres que suprimimos) y á los hijos de todos, de uno ú otro sexo, á sus padres que son, y en adelante fueren. A to- dos los cuales concedemos que puedan elegir un sacerdote secular ó regular, á quien se comete, pwr la vida y la de los mencionados, que pueda absolverte á ti y á ellos de cualquie- ra excomunión, censura, suspensiones y entredichos, y de otras cualesquiera sentencia y plenas eclesiásticas impuestas d jure, ó por jueces, por cualquiera causa ú ocasión en que las hayas y todos ellos contraído. Y así mismo que os absuelva de los votos y de cualquiera juramentos, aunque hayan dimanado de la Iglesia, que hubiereis hecho; y también de las trasgresio- nes díí los ajenos, conmutándoos las penitencias que hubie- reis omitido en el todo ó en parte, y también dichos ayunos, en alguna limosna según tu devoción y la de los referidos; como también de las censuras por manos violentas puestas

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100 BIGARDO PALMA

eu cualquiera persona eclesiástica, como no sean Obispos y oíros superiores á ellos; y también de los perjuicios de los homicidios mentales ó casuales, del adulterio, del incesto y de la fornicación, de estupro sacrilego, y de los restos y man- chas de las usuras, de la rebeldía, é inobediencia contra los superiores. Y por fin, de todos y cualquiera exceso y delitos, por más graves y enormes que sean, de los cuales podéis ser absueltos, tantas y cuantas veces fuere necesario. Y así mis- mo, una vez en el año, de todos los casos así especialmente como personalmente reservados á la Silla Apostólica, excep- tuando solamente los contenidos en la Bula de la Cena. Mas de todos los demás, que no son éstos, os podrá absolver á todos los mencionados, y poneros, cuantas veces fuere opor- tuno, saludable penitencia. Pero cualesquiera votos que acaso hiciereis, ya sean los de visitar los Santos Lugares de Jerusa- lén, ya los símines de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, y y«i la ciudad de Santiago en Compwstela, os podrá dicho confesor conmutar en otras obras de piedad, excepto los vo- tos solemnes de religión, de castidad y perpetua continencia. Y también os podrá relajar cualesquiera juramento. Y así mis- mo á vos y todos los nominados por vuestros propios nom- bres, una vez en la vida, y á todos en artículo de muerte aun- que ésta no se siga, imponiéndoos penitencia, os podrá absol- ver y conceder remisión de todos vuestros pecados por auto- ridad Apostólica. Y también os sea lícito tener altar portátil, con la debida honestidad y reverencia, usando de él en cual- quiera lugar, aunque esté en entredicho por cualquiera autori- dad, aunque sea Apostólica, con tal que vosotros no hayáis dado causa p>ara el tal entredicho, y mucho menos si p)or vuestra causa se haya impuesto dicho entredicho Apostólico. Y los que fueren sacerdotes, así seculares como regulares, px)drán celebrar en sus casas; y los que no lo fueren hacer celebrar á olrOví misas y divinos oficios en ellas, en presencia de otros familiares y domésticos, sin p)erjuicio de incurrir en excomu- nión, excluyendo solamente á los que estuvieren excomulga- dos. Y así vosotros, como todQ3 los que por vuestro nom- bramiento celebraren en dichos oratorios, pueden ganar y hacer que se ganen todas las indulgencias y remisión de los

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 101

pecados, según está referido, que consiguieran y ganaren si visilareii los altares de San Sebastián y San Lorenzo, que es- tán fuera de los muros de Roma, y los de Santa Potenciana, de San Gregorio y de Santa María de Pami, y, en ellos, cele- braren el Santo Sacrificio de la Misa. Y por último en todo tiempo^ aunque sea del referido entredicho, podéis vosotros y todos vuestros domésticos ser sepultados en sepultura ecle- siástica) y recibir todos los Santos Sacramentos, excepto en el tiempo de Pascua Florida de Resurrección. Así mismo, mien- tras vosotros y vuestros descendientes referidos vivieren, po- dréis comer los alimentos prohibidos en tiempo de Cuaresma, y usar de ellos en cualesquiera tiempo y días del año. Y en cualquiera parte donde residan y ellos residieren, podréis ga- nar las indulgencias que se consiguen haciendo las estaciones de Roma, con tal que visitéis una ó dos Iglesias ó Capillas, 6 en una Iglesia tres altares, los . que vosotros ó los vuestros eligieren por su devoción, con cuya sola diligencia ganaréis todas y cualesquiera gracias y remisión de vuestros pecados, que consiguierais visitando y haciendo las dichas estaciones de las Iglesias Rasílicas que se visitan, así dentro de Roma como fuero de sus muros. Y si acaso vosotros, ó cualescpiiera de los referidos, por enfermedad, debilidad ú oprimidos de algún legítimo impedimento no pudiere hacer la sobre dicha visita de capillas y altares, ganarán las mismas gracias, indulgen- cias y remisión de todos sus pecados, con sólo que hagan una piadosa limosna y algunos devotos sufragios y oraciones á su arbitrio. Y también sea lícito á los que de vosotros fuere su voluntad rezar el Oficio Divino según la costumbre de la Santa Iglesia Romana, anteponiéndolo ó posponiéndolo por un día natural, y esto en cualquiera Iglesia ó lugar donde resi- dierais, como no sea dentro del Coro. Fuera de esto podéis usar en la Cuaresma, y demás días en que son prohibidos por derecho, de todos los lacticinios, como son huevos, queso, leche, manteca; y no solamente vosotros sino todos aquellos que fueren vuestros domésticos y familiares, y que sustenta- reis á vuestras esi>ensas en vuestra mesa; lo cual podréis eje- cutar sin escrúpulo de conciencia; y en dichos tiempos, cuan- do fuere congruo á vuestra salud, usaréis carnes prohibidas por

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102 RICARDO PALMA

derecho, así vosotros como todos los referidos. Y en los Sá- bados podréis, á vuestro arbitrio, usar y comer grosuras y ex- tremos de todas carnes, según el uso y costumbre de los reinos d 3 Castilla. Y así mismo, á vosotros y todos los vuestros, con- cedemos licencia para que, mientras viviereis, podáis hacer la colación en los días de ayuno. Demás de esto concedemos que las sobredichas mujeres, juntamente con otras cuatro ex- trañas que eligieren, como sean honestas, puedan una vez al mes entrar en la clausura de los monasterios de monjas, por tcdo el día, y conversar y comer con las monjas, con tal que no hagan noche en dicha clausura; para cuyo fin les conc^ demos nuestra Apostólica bendición, facultad y licencia, no obstante cualesquiera prohibiciones Apostólicas ó de Concilios Generales, Provinciales y Sinodales, ó de otras especiales Cons- tituciones y Ordenaciones; y determinamos que estas faculta- des, y l<i de elegir confesor, las tengáis sin ser comprendidas en cualesquiera labor de la Santa Cruzada, ya en favor de la fábrica del Príncipe de los Apóstoles, ó de otras cualesquiera, por cualquier forma, tenor ó cláusulas que sean ordenadas, bajo de las cuales prohibiciones y limitaciones resolvemos que no sean comprendidos los sobredichos indultos y facultades, si no es que en ellas se haga expresa mención de vosotros por vuestros propios nombres, según que en este Breve moUi propio van referidos, y expresados. Pero queremos y deseamos que, por esta gracia y facultad de elegir confesor á vuestro beneplácito, no os volváis (lo que Dios no permita) más pro- pensos é inducibles á cometer escándalos y delitos; porque, siéndoos de pretexto esta confesión faltaréis á la sinceridad de la fe católica, y á la unidad de la Santa Romana Iglesia, y á la obediencia del Sumo Pontífice y sus Sacerdotes que canónicamente entraren ó en confianza de este indulto y fa- cultades, cometiereis algunos enormes delitos, la dicha nues- tra confesión y remisión, y todo lo que en ella se contiene, queremos que no os valga ni favorezca. Así mismo queremos que uséis moderadamente del indulto de hacer celebrar el Santo Sacramento de la Misa, antes del día; porque como en el Mi- nisterio se ofrece á Nuestro Señor Jesucristo Hijo de Dios, el candor de la Luz Eterna, es muy conveniente que se haga

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 103

este sacrificio, no en las tinieblas de la noche sino con la clari- dad del día. Y todo lo referido sea y tenga valor y firmeza, no obstante cualqniera prohibición. Y finalmente queremos que á todos los trasuntos de nuestras letras originarias, ya impre- sos, ya manuscritos, autorizados de cualquiera Notario públi- co y sellados con el sello de cualquiera persona eclesiástica constituida en dignidad, se la misma y crédito que se diera á dicho original, si fuera exigido y manifestado, enten- diéndose esto para todas ó cada una de las personas mencio- nadas en este Breve.— Dado en Benonia bajo el anillo del Pes- cador, en 20 de Marzo de 1533 años, y en el 7.o de Nuestro Pontificado.

Creo de más añadir que el Arzobispo de Lima, acatando el Breve Pontificio, dejó al marqués tranquilo en su privi- legio de capilla propia. El zumbón pueblo de Lima lo bautizó, desde entonces, con el apodo de: El Marqués de la Bula,

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UNA COLEGIALADA

Nuesti*as abuelas (benditas mujeres que en gloria estén), que alcanzaron los tiempos de Aviles, Abascal y Pezuela, cuando querían exagerar la necedad ó tontería de una i>ersona de- cían que era un candido de calilla.

Los seminaristas en el Perú (y no si en las demás colo- nias), por imitar á los estudiantes de Salamanca, dieron desde el siglo XVII en mantear á los colegiales novatos y á los acu- sones, y en aplicar calillas á los que, por afeminamiento, po- breza de espíritu ó candidez, estimaban merecedores de aqué- llas. Eso era como los rehiletes de fuego sobre el testuz de toro que no remata suerte.

A estas insolencias, nunca penadas con ejemplar castigo por los rectores, se dio el nombre de colegialadas, y no sólo las festejaba el público sino que entraron en las costumbres socia- les. Contábase, como gracia, .y se desternillaban de risa los oj'eutes, que á tal ó cual mentecato le habían echado calilla.

Previo este preámbulo, paso á hacer el extracto de im auténtico proceso que á la vista tengo.

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KXi RICARDO PALMA

Don Juan Bazo y Berry, que alcanzó á ser Oidor en la real Audiencia de Lima y que, después de jurada la Inde- pendenciií se embarcó para España, desempeñaba el cargo de Teniente-asesor en la intendencia de Trujillo.

Fué don Juan Bazo y Berry quien más influyó para que en la sesión que celebró el Cabildo el 10 de Enero de 1793 se eligiese, como en efecto se eligió, para Alcalde de Trujillo al Príncipe de la Paz y Duque de Alcudia don Manuel Go- do}' y Alvarez, disponiéndose que, por residir el electo en Es- paña, se entregase, en calidad de depósito, la vara de justicia al Alférez Real don Juan José Martínez de Pinillos. Sabido es que Godoy aceptó la honra que los trujillanos le dispensa- ban, y que obtuvo del rey tres ó cuatro cédulas acordando mercedes á la ciudad y á su puerto. Sigamos con Bazo y Be- rry, dejando dormir en paz al favorito de Carlos IV.

En el primer año de este siglo lo ascendió el rey á Oidor de la Audiencia de Buenos-Aires, ascenso que provocó envi- diosa:^ murmuraciones entre los leguleyos de la ciudad. Dis- tinguióse entre los maldicientes un abogadillo ramplón, á quien nadie encomendaba la defensa de «n pleito porque, amén de ser piramidal su reputación de bruto é ignorante, era perso- na ridicula de quien todos se mofaban, recargándola de ajwdos.

Habíase educado en un colegio de Lima; pero el colegio no entró en él, como decía el obispo Villarroel hablando de su convento. Mas tuvo padrino poderoso en el claustro uni- versitario y, por aquello de accijnamus 'pecunia et mitamus assi- ñus in patria sua^ le dieron el diploma de licenciado en leyes.

Un chismoso llevó á oídos de doña Josefa Villanueva, es- pesa deJ nuevo Oidor bonaerense, las ofensivas palabras que el licenciado don Mariano de Mendoza profiriera en uno de los corrillos, siendo una de las más graves injurias haber di-

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 107

cho que las oídorcitas, hijas de don Juan Bazo y Berry, eran unas señoritas del pan pringado.

Olro que tal llevó idéntico chisme á don Francisco Bazo y Villanueva, mancebo de veintiún años, seminarista ordena- do de cuatro grados, y que había merecido del virrey inglés el título de sacristán mayor de Cajamarca, empleo nominal muy codiciado, pues daba honra y pequeña renta sin ocasionar la menor fatiga.

Entre madre, hijo y hermanas formaron consejo de fami- lia, y por unanimidad de pareceres se resolvió aplicarle un par de calillas al licenciado don Mariano de Mendoza, en casti- go de su bellaquería.

II

Con fecha 2 de Diciembre de 1801 presentó Mendoza, ante el ilustrísimo obispo Minayo y Sobrino, un recurso querellán- dose contra ef seminarista ordenado en grados menores don Francisco Bazo y Villanueva, porque éste, con el pretexto de que tenía una encomienda que entregarle, lo llevó á su casa en la tarde del domingo 29 de Noviembre, lo condujo á una de las habitaciones interiores, y con sus criados, que le me- nudeaban golpes, le hizo vendar los ojos y acostar sobre un colchón. En seguida le aplicaron dos velas de sebo, lo pu- sieron en la puerta de la calle y le dieron un puntapié, fes- tejándose la colegialada por la oidora, las oidorcitas, y ami- gos y amigas que las acompañaban, amén del famulicio que actuarji en el ultraje.

El seminarista don Francisco á quien el obispo corrió tras- lado del recurso, se vio, como dicen, en muía chucara y con estribos largos ó sea en calzas prietas, pues la colegialada po- día costarle, por lo menos, la expulsión del Seminario y po-

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108 RICARDO PALMA

ner obstáculos para el logro de su aspiración al sacerdocio. Por eso, á la vez que intrigaba para entrar en componendas con querellante, contestó al traslado púdiendo que Mendoza afianzase la calumnia, petición que fué apoyada por el promo- tor fiscal

Tanto la opinión pública como la rectitud del obispo Mi- nayo y Sobrino favorecían á la infeliz víctima del insolente colegialito, pero, repentinamente, fué general el cambio de sim- patías, y todo Trujillo convino en que Mendoza era digno de que en él se consumiera todo el sebo de las velerías del Perú.

III

Yo también, después de casi un siglo del suceso, opino lo mismo ¿Por qué? Porque Mendoza, con fecha 7 de Diciem- bre, firmó un recurso, á presencia de dos testigos, en el que se desistía de la querella contra el seminarista, su señora ma- dre y hermanas, á quienes confesaba haber agraviado con su falta do consecuencia al buen trato que de esa familia había siempre merecido. Agregaba que, estando ya su espíritu más sereno, reconocía que Francisco, el futuro presbítero, no ha- bía desempeñado otro papel que el de mirón en una broma de Li señora y de las niñas.

En el mismo día recayó sobre este recurso de desistimiento el siguiente notabilísimo auto:— «Por desistido; pague el su- »plicante las costas, y archívese.— í?/ Obispo.— Ante mí. Merino».

Aquí, con el auto en que no sólo se quedaba el Hcenciado muy fresco con las calillas dentro del cuerpo, sino que hasta las pagaba con el dinero que, por costas judiciales, se le con- denaba á satisfacer, creerá cualquiera fenecido el juicio. Pues no, señor: todavía hay rabo por desollar.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 109

IV

Si estúpido y sinvergüenza estuvo Mendoza con su recur- so de desistimiento, tres días después acabó de consolidar su reputación de tonto de capirote, presentando nuevo escrito que, por ser típico, quiero copiar ad pedem literíe:

«Iltmo. Señor: El licenciado Mendoza en los autos crimi- > nales contra doña Josefa Villanueva, sus hijos y criados, digo: >Que el día lunes de esta semana, 7 de Diciembre, como á >las diez de la mañana, el regidor don José de la Puente me »trajo cien pesos, en seis onzas de oro, para que me desistiese »del pleito, con más un escrito de puño y letra de la parte ^contraria para que lo firmara. En efecto, así porque me ha- »llaba en cama con las costillas maltratadas, como ix)rque »con ese dinero podía auxiliarme p>ara la curación, alimentos, •médico y medicinas, accedí á firmar dicho escrito. Pero como •documentos que se hacen bajo la opresión, siempre que se •reclame con tiempo, no valen ni hacen fuerza— A Useñoría •Ilustrísima rendidamente suplico se sirva mandar la prose- •cución del Juicio, y que se proceda á la sumaria».—

¡Vaya un hombre para indigno! ¡Valiente gaznápiro I— exclamó el obispo después de oír leer por el notario Merino este recurso.

Consideró su señoría que sería el cuento de la buena pipa ó de nunca acabar el seguir admitiendo recursos de un calillado de condición tan bellaca. Es dar puñaladas al cielo ó intentar lo imposible el imaginarse que de un imbécil pueda sacarse un hombre discreto.

He aquí el auto final que dictó el ilustrísimo obispK):

«No lugar, no lugar y no lugar. Quédese el su- •Dlicante con sus calillas, y ocurra donde le conviniere, no •siendo ante esta Curia eclesiástica.— ÍJÍ Obispo.— Ante mí, Me- ^ritio*.

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LA NARIZ DE CAMELLO

Tradición en la que se narra el por qué en la Nochebuena de 1547 no hubo en Trujillo misa de gallo, sino misa de gallinas

I

Doiia María Lazcano (conocida después con el apodo de la Nariz de camello) era en el aflo en que la presentarnos il lector, de lo más granado en la ciudad de Trujillo. Era anda- luza y de agraciada lámina, á pesar de que ya frisaba en los cuarenta y cinco diciembres; y lo zalamero y nada or- gulloso de su carácter le habían conquistado muchas simpa- tías entre la gente del pueblo.

Era viuda de Juan de Barbarán, compañero de Pizarro en la conquista, al cual, en el reparto del rescate de Atahualpa, le correspondieron, como á soldado de caballería, 362 mar- cos de plata y 8,880 pesos de oro. En 1538 era ya el aventu- rero Juan de Barbarán todo un personaje, como que investía el grado de capitán, era regidor en el cabildo de Lima y po- seía una de las principales encomiendas en el fértil valle de Chicama. En ese año hizo venir de España á su mujer, que era una sevillana de mucho reconcomio y con toda la sal de la tierra de María Santísima.

Asesinado Francisco Pizarro, Barbarán y su mujer vistie- ron el mutilado cadáver con el hábito de los caballeros de Santiago, y le dieron cristiana sepultura en el paliecito de

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112 RICARDO PALMA

los Naranjos^ anexo á la Catedral. Siendo tan entusiasta y leal amigo del jefe de la conquista, está dicho que tomó activa participación en la guerra contra Almagro el Mozo, termina- da la cual, ahito de aventuras, peligros y desengaños, fijó su residencia en Trujillo. Fué Barbarán de los poquísimos con- quistadores que no tuvieron muerte desastrosa. Murió de mé- dicos y pócimas en 1545.

En 1547 no era la viuda de Barbarán la única dama espa- ñola con supremacía ó prestigio en la ciudad fundada por Pizarro. Competía con ella doña Ana de Val verde, mujer del capitán don Diego de Mora, uno de los fundadores de Tru- jillo y su primer gobernador, riquísimo encomendero de Huan- chaco y Chicama y el primer hacendado que implantó el tra- piche y elaboró azúcar en el Perú, después de haber hecho traer de México caña para las plantaciones. Aquello de que la primera azúcar peruana se produjo en Huánuco no pasa de una novela del historiador Garcilaso, como lo comprue- ban Feyjóo de Sosa y Mendiburu.

Acostumbraba doña Ana, que era muy gentil hembra de treinta navidades bien disimuladas, ir á misa en compañía de la mujer del mariscal Alonso de Alvarado, y su criada se en- cargaba de tender las alfombrillas sobre la losa que cubría una sepultura. La costumbre, según doña Ana y según muchos publicistas, constituye lo que llaman derecho consuetudinario^ y parece que comoi á tal lo acataban las trujillanas, pues ningu- na osaba arrodillarse en aquel sitio tenido como propiedad exclusiva de la ex gobernadora y de su amiga la maríscala, á quien la primera tenía de huésped mientras las cosas políticas cambiaran de rumbo y regresara Alvarado á la capital del vi- rreinato.

Llegó la Nochebuena de 1547, y con ella la famosa misa de gallo. A las once y media entró en la iglesia, muy emperifo- llada y luciendo caravanas con brillantes como garbanzos, la ja- mona viuda de Barbarán, acompañada de la gaditana Pepita de Montúfar, muchacha alegre, allá en su tierra, y que á poco de llegada al Perú casó con un alférez. General fué el cuchicheo entre la gente ya congregada en el templo, al ver que la criada

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 113

tendió las alfombrillas sobre la sepultura. Aquí va á haber algo muy gordo, se decían, y no se equivocaron.

Un cuarto de hora después llegó doña Ana con su insepara- ble maríscala, ambas puestas de veinticinco alfileres y des- lumhrando con el brillo de las alhajas. Al encontrar ocupado su sitio, doña Ana se detuvo sorprendida; pero rehaciéndose en breve, dijo, á doña María:

—Señora, este sitio me pertenece desde que Trujillo es Tru- jillo, y espero que tendrá á bien irse con su alfombrilla á otro lugar.

—¿Me lo ruega usted ó me lo manda ?— contestó con tono de fisga la andaluza.— Si me lo ruega, le daré gusto; pero si me lo manda, nones y nones, que en la casa de Dios no hay sitio comprado.

—Probablemente olvida usted con quién habla. Guarde respe- tos, y sepa que está hablando con la esposa del maese de campo don Diego de Mora y con la maríscala de Alvarado.

La sevillana las midió con la mirada de abajo para arriba y luego de arriba para abajo; y con la flema despreciativa y desgaire insultador de una manóla del barrio de Triana, con- testó:

—¡Valiente par de p...s!

Aquello fué ya cosa de taparse los oídos con algodón feni- cado, para no oír las palabrotas que vomitaron las de Mora, de Alvarado, de Barbarán y de Montúfar, olvidadas por completo de la reverencia debida al lugar en que se hallaban. El concurso se arremolinó y, dicho sea en verdad, mayor era el número de los amigos y amigas de la andaluza. A la bulla acudió el cura seguido del sacristán, y cuando se convenció de que le era imposible aquietar los ánimos, gritó furioso:

i Basta de escándalo y todo el mundo á la calle ! Esto no es misa de gallo sino misa de gallinas.

Y el sacristán cerró la puerta de la iglesia, cuando se retiraron los feligreses, quedándose la misa sin celebrar por carencia de público.

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114 RICARDO PALMA

II

Durante ocho días fué Trujillo un hervidero de chismes, y fastidiadas doña Ana y su compañera, emprendieron viaje á Lima, dejando al cuidado de la casa y hacienda á Gaspar de Escobar, pariente de Mora.

Indudablemente las damas noticiaron de lo ocurrido en No- chebuena á sus maridos, que estaban en Andahuaylas en el ejército de Gasea combatiendo á los de Gonzalo Pizarro, pues á principios de Marzo aparecieron en Trujillo Diego Martín y Juan el Viejo, soldados ambos de las tropas de Mora, con carta de éste para Escobar, quien los aposentó en la casa.

Pocos días después, en la mañana del primer domingo de Abril, los dos advenedizos penetraron en casa de la de Bar- barán, la cortaron las trenzas y la hicieron un feroz chirlo en la nariz, dejándosela como nariz de camello^ según hizo escri- bir la víctima en la querella que interpuso ante la autoridad. Los dos malsines, después de realizado el delito, se hicieron humo, emprendiendo la fuga hasta reincorporarse en el ejér- cito.

Gasea nombró con el carácter de juez pesquisidor al li- cenciado Gómez Hernández, quien se trasladó á Trujillo, y después de tomadas las primeras declaraciones expidió auto de prisión contra don Diego de Mora. Hallábase éste todavía en campaña cuando fué notificado, y contestó que mal podía ir á la cárcel quien, como él, aparte de ser hidalgo de solar conocido, era también el capitán más antiguo entre todos los del reino, razones que pesaron en el ánimo del pesquisidor para no insistir en lo de ponerlo entre rejas. jBuen peine de escardar lana fué el tal don Diego! No hubo revolución en la que no figurara entre los más comprometidos; pero siem- pre, á la hora de apretar, decía: «Ya vuelvo» ó «Hasta aquí

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 115

llegaron las amistades», y desertaba para presentarse en el campo realista. Fué un politiquero de sutilísimo olfato.

El proceso, que existe en el Archivo Nacional, y que he hojeado y ojeado, consta de más de 800 folios, y duraría hasta hoy día de la fecha si á Diego de Mora no se lo hubiera llevado al otro mundo la Tinosa en 1556.

La pobre andaluza, después de ocho años de litigio, en el que, según tasación de costas, gastó 610 pesos de oro y 6 to- mines, ganó el apodo de la Nariz de camello^ mote con que ella misma se bautizara en su primer recurso.

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¿QUIEN FUE GREGORIO LÓPEZ? (Cuestión histórica)

En uno de los tomos de Manuscritos de la Biblioteca de Lima, se encuentra un códice, (en el que, dicho sea de paso, el trabajo del pendolista es sobresaliente) titulado Declari- cíOx DEL Apocalipsis, por Gregorio López^ natural de la insigne villa de Madrid. Aunque el autor del manuscrito revela gran ilustración, empiezo por declararme incompetente para juzgar- lo como teólogo, materia en que del todo al todo soy profano.

Dicen sus biógrafos, el padre Francisco Losa y el licen- ciado Luis Muñoz, que el sie^rvo de Dios Gregorio López es- cribió sobre Cosmografía, Historia, Medicina, Agricultura y otros ramos del saber humano; y, aunque alguno de sus libros pudiera hallarse á nuestro alcance, no son el sabio ni las producciones de su ingenio los que hoy nos impulsan á bo- rronai- cuartillas. Es el hombre quien despierta nuestra cu- riosidad

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118 BICAKDO PALMA

¿QuiéiJ fué ese Gregorio López, colombroño del afamado ju- rista comentador de las Partidas?

¿Fué, realmente, como muchos opinan, un hombre nacido para ser monarca legítimo de España y de las Indias, y que prefirió á tan humana grandeza la existencia del sabio y del eremita, alcanzando á morir, en América, en olor de san- tidad?

Tal es el tema que ponemos sobre el tapete de la discu- sión, principiando por dar rapidísima idea del personaje.

Muñoz, en su libro impreso en Madrid en 1637, dice que Gregorio López nació en la coronada villa del oso y el ma- droño, en 1542: que fué bautizado en San Gil, parroquia del Alcázar Real; que, en América, á nadie dijo jamás quiénes fue- ron sus padres; que rehuía hablar de su linaje y familia; que, en sus treinta y cuatro años de residencia en México, nimca escribió cartas á sus deudos de España; y que, en la distin- ción y cultura de sus modales, se revelaba el hombre de es- clarecida alcurnia.— Mi patria es el cielo y mi padre es Dios— fué la respuesta que diera en una ocasión, para satisfacer la impertinente curiosidad de un magnate.

Sería de veinte años á lo sumo, dice el padre Losa, cuando desembarcó en San Juan de Ulúa, y al llegar á Veracruz re- partió de limosna entre los pobres todo su equipaje, estimán- dose sólo la ropa blanca en ocho mil cuatrocientos reales. Equipaje de principe para aquel siglo en que todo español, exceptuando los que venían con cargo público, traía una mano atrás y otra adelante. A Indias sólo se venía en pos de la madre gallega.

Llegado á la capital de México estuvo, por pocos meses, sirviendo como amanuense á dos escribanos, pues era hábil calígrafo y poseía tres ó cuatro formas de letra. En breve, separóse de los cartularios, y descalzo, sin sombrero, cubier- to por un grosero sayo, anduvo peregrinando entre los chi- chimecas. Al fin, á los veintiún años de edad, adoptó la vida eremítica, en Santa Fe, distante dos leguas de México, donde murió en 1596, á los cincuenta y cuatro años de edad.

Treinta años más tarde (1625) el rey don Felipe IV man- dó á México, con el carácter de virrey, á don Rodrigo Pa-

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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES 119

clieco y Osorio, marqués de Cerralvo, recomendándole muy mucho que recogiese y enviase á España las obras escritas por el Venerable siervo de Dios Gregorio López, de cuya beati- ficación y canonización se ocupó con empeño aquel monarca, según lo testifican una carta que dirigió á Urbano VIII, otra al marqués de Castel-Rodrigo, embajador de España en Ro- ma, y otra al cardenal Barberino, deudo del Pontífice, docu- mentos fechados en Mayo de 1636, y que á la vista tenemos.

Por supuesto que, en los dos libros Vida del Siervo de Dios, (y que en la Biblioteca de Lima se encuentran), se ocupan largamente los devotos biógrafos de las luchas que su héroe sostuvo contra las tentaciones del demonio, de las visitas con que los ángeles lo favorecieron, de su ascetismo y peniten- cia, del cómo hizo la conversión de grandísimos pecadores, de los infinitos milagros que practicó antes y después de su muerte, y por fin aseguran que tuvo ciencia inftisa, lo que es mucho asegurar.

Don Alonso de la Mata y Escobar, obispo de Tlascala; el agustino don fray Gonzalo de Salazar, obispo de Yucatán; don Juan Bohorques, obispo de Guajaca; don Juan Zapata y San- doval, obispK) de Chiapa; don fray Domingo de Ulloa, obispo de Michoacan; y fray Pedro de Agurto, obispo de Cebú, así como el padre Rodrigo de Cabredo, superior de los jesuitas, y otros varones eminentes contemporáneos de Gregorio López, trasmitieron á Roma entusiastas informes sobre la austeridad penitente, ejemplares virtudes, clarísima inteligencia y demás prodigiosas dotes del candidato á santidad.

Ocupándose del manuscrito que sobre el Apocalipsis po- seemos, dice el padre Francisco Losa que, por encargo del autor, lo puso en manos del inquisidor Bonilla para que éste lo cen&urase, y que después de consultarlo con muchas perso- nas doctas, le acordó su beneplácito para que corriese libre- mente. Entonces se sacaron copias, y el original fué llevado á Filipinas de donde desapareció. Pero Gregorio López, que conservaba el texto en la memoria, lo escribió nuevamente, corriendo este manuscrito la misma suerte que el otro.

El virrey de México, y más tarde del Perú, don Luis de

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120 RICARDO PALMA

Salinas, lo hizo buscar para remitirlo á España; pero se ig- nora sí consiguió ó no recobrarlo.

¿No podría el manuscrito que existe en Lima ser uno de los primitivos?

En cuanto á im libro sobre medicina y propiedad curativa de varias plantas indígenas, que compuso López, el virrey mar- qués de Salinas trajo á Lima una copia, que es probable halle- mos algún día entre los mamotretos del Archivo Nacional. En Madrid existen otras, y en México se conserva el original, escrito, según lo afirma Losa, en letra muy pequeña, muy legible, muy hermosa^ muy igual, bien formada y llena de la tinta, que á la primera vista parece ele molde.

El libro histórico Cronología hasta la época de Clemente VllJ, quedó en poder del padre Losa, amigo y primer biógrafo de Gregorio López, quien dice, en su elogio, que mucha gente docta le pidió encarecidamente i)ermiso para sacar traslados. Ignoramos si se conserva ó ha desaparecido este manuscrito.

Pasemos á otro orden de noticias piersonales sobre Grego- rio López.

El general y literato Vicente Riva Palacio, en México á tra- vés de loó siglos, dice:-— «Popularizada creencia fué que Grego- >rio Lóp^z era el príncipe don Carlos, hijo de Felipe II, cuya ^historia es tan conocida. Refiere la tradición que el monarca tespaíiol, queriendo deshacerse de su hijo, encargó la ejecu- »c¡ón del asesinato á un. hombre que, condolido de la juven- >tud y desgracia del príncipe, convino en salvarle la vida bajo >la condición de que juraría solemnemente trasladarse á In- edias, cambiar de nombre y no revelar á nadie su secreto. Ha aprestado alimento á esta tradición, además de la vida mis- «teiiosa llevada j>or Gregorio López en México, la circuns- ttancia de que, en un retrato suyo, hizo poner esta divisa ó Atina:— Sccretum meum mihL— No puede afirmarse que Grego- >rio López fuera realmente el infante don Carlos; pero tam- >poco, en medio del misterio que rodea la memoria de aquel ipríncipe infortunado, puede asegurarse que no lo fuera. Si >hay documentos que prueban que el hijo de Felipe II murió >d(ísastrosamente en Madrid, también los reyes y sus favori- »tos han sabido suponer documentos para ocultar crímenes.

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 121

>De Gregorio López se dice que nació en Madrid en 1524 y >que llegó á México en 1562, fechas que, con leves diferen- *c¡as, coinciden casi con la edad y desaparición del príncipe».

Incontrovertible verdad histórica, por ser la única en que están conformes los. historiadores que de Felipe II y del in- fante don Carlos se ocupan, es que el príncipe era un mu- chacho sin seso y enemigo de leer é instruirse. A primera vis- ta i>arecc este argumento de fuerza bastante para destruir la populai' creencia mexicana de que el ignorante don Carlos y el sabio Gregorio López fueron una sola personalidad; pero si aceptamos que el Espíritu Santo ilumina á quien iluminar le place, y que, en un guiñar de ojos, torna en pozo de sa- biduría al más estúpido pelgar, bien pudo el hijo del rey Fe- lipe adquirir ciencia infusa al pisar tierra de América.

A la vista tenemos un retrato de Felipe II, á la edad de cuarenta años, y el de Gregorio López á la de cincuenta y cuatro; y á fe que, entre el Demonio del Mediodía y el mis- terioso personaje de México, hay rasgos fisonomónicos de fa- milia. La objeción más sólida que se ocurre jxira combatir la popular creencia, es que la desaparición ó muerte del prín- cipe fué en 1568, y que ya desde 1562 Gregorio López habi- baba México. Pero el pueblo, que toma apego á todo lo fan- tástico y romancesco, no se da f>or vencido ante tal argumen- to, y responde culi>ando á los biógrafos del siervo de Dios de haber adelantado en seis años la llegada del i>ersonaje á Veracruz. No es inverosímil una equivocación de fechas.

La investigación histórica no ha dicho aún su última pa- labra sobre el hombre de la máscara de hierro de la isla Mar- gnrita, ni sobre si Gabriel de Espinoza, el famoso pastelero de Madrigal, fué un impostor ó fué realmente el mismísimo rey don Sebastián. A semejanza de éstos, hay en la historia abundancia de puntos obscuros é indescifrables.

Como mi amigo Riva Palacio, ni acepto ni rechazo la idea de que en Gregorio López estuviera encarnada la persona- lidad del principie don Carlos. Carezco de pruebas decisivas para optar por uno ú otro extremo, y limitóme á proponer la cuestión como tema curioso y digno de ser atendido por los aficionados á estudios históricos.

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EXCOMUNIÓN CONTRA EXCOMUNIÓN

De acuerdo con el ObispK) de Trujillo don Carlos Marcelo Comí, el padre fray Dionisio de Oré, guardián de San Fran- cisco, fray Juan de Zarate, prior de Santo Domingo, fray Lope Cueto, superior de San Agustín, y el comendador de la Mer- ced fray Juan Rodríguez, resolvieron sacar en procesión so- lemne la imagen de san Valentín el día 14 de Febrero de 1627, para que no se repitíese el terremoto que en igual día del añ(» anterior aterrorizó al vecindario.

Conviene saber que el ilustrísimo señor Corni fué el i>ri- mer peruano que obtuvo mitra en nuestra patria, lo que dis- gustó mucho á los sacerdotes españoles que se creían con igual ó mayor mérito para obispar. Excepto el padre Oré (que era de Guamanga y que, corriendo los años, alcanzó también obis- pwtdo) los otros tres jefes de comunidad eran i>eninsulares.

El M de Febrero, á las cuatro de la tarde, después de pomposo sermón que predicó en la Catedral el padre Zarate, salió la procesión con asistencia del Cabildo y con gran con- curso aristocrático y popular. A media cuadra de camino se fijó el Obispo en que las comunidades iban mezcladas, y dete- niendo la marcha envió á su secretario presbítero don Andrés Tello de Cabrera para que dijese á los sui>eriores de las cua- tro comunidades que colocaran á sus frailes procesionater^ esto

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 123

es, eu orden de procesión. Los prelados dieron por respuesta que iban bien como iban, y sulfurándose su ilustrísima, les hizo decir que si no obedecían su mandato los excomulgaría. Los amenazados ordenaron á sus frailes que continuasen en la procesión, pero los cuatro la abandonaron y se fueron á su respectivo convento.

Ante tamaño desacato murmuró el Obispo:— Si san Dunstán sujetó al diablo cogiéndolo pwr la nariz, yo sujetaré á estos bellacos cogiéndolos pwr el cerviguillo. Siga su curso la pro- cesión.

Al siguiente día, á la hora en que iba á principiarse en la iglesia de los dominicos una solemne misa cantada en honor de San Valentín, misa para la cual estaba invitada mucha gente de copete, se presentó el bachiller Juan de Mori quien, con vozarrón estupendo, dio lectura á un papel que así decía:

«Téngase jx)r excomulgados á los reverendos padres fray >Juan de Zarate, fray Dionisio de Oré, fray Lopie Cueto y fray >Juan Rodríguez, por estar así declarados, en auto de ayer, »por su ilustrísima el sefLor ObispK), quedando suspensos de tcelebrar, confesar y predicar en este obispado. Y para que »venga en conocimiento de todos el mandato de su ilustrísima, >y so la misma pena de excomunión mayor ipso facto ineurrenda^ •póngase en tablilla en la puerta de la Santa Iglesia Catedral».

Y volviéndose al concurso, gritó el bachiller Juan de Mori: —Hermanos míos, á su casa, prontito, todo el que no quiera excomulgarse.

Y la iglesia quedó escueta. A la sazón las campanas de la Catedral tocaban los fatídicos dobles, cuyo sonido abre de par en par las puertas del infierno á los excomulgados.

Por su parte los cuatro prelados excomulgaron también al Obispo, fundándose en que su ilustrísima no había tenido de- recho para entrar en el monasterio de las clarisas, sin previa licencia del guardián de San Francisco bajo cuya jurisdicción estaban esas monjas. Sólo que en esta excomunión no do- blaron las campanas, porque el Corregidor de la ciudad, que era amigo íntimo del señor Corni, había cuidado de dejarlas sin badajo. Esto quitó solemnidad é importancia al acto, y el. vecindario siguió recibiendo devotamente las bendiciones del

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124 KICARDO PALMA

ObispK) y besándole el pastoral anillo. Excomunión sin clamo- reo de campanas era excomunión boba.

El proceso (que es abultado, y que se encuentra entre los manuscritos de la Biblioteca de Lima) terminó dos años des- pués en 1629, con el fallecimiento del Obispo. El Arzobispo y la Audiencia, procediendo discretamente, echaron tierra so- bre él.

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GETHSEMANI

En el álbum de la señora Laura de Santa Cruz.

Ha querido usted, señora mía,* un autógrafo de este viejo emborrouador de papel, y mal puede negarse á complacerla quien, como yo, blasona de cortés, amén de confesarse hon- rado coii la amable petición. Pide usted, con la cultura de forma que á cumplida dama cabe, y ya estoy hecho un azu- carillo por rendir homenaje á su deseo.

Pero ¿ha de ser precisamente, una tradición lo que usted exige que escriba en las páginas de su aristocrático álbum? Eso ya tiene bemoles, y aunque estoy decidido á obedecerla, no lo haré sin referirla antes un chascarrillo de mis mpce- dades.

Dios me hizo feo (y no lo digo por alabarme), y fué el caso que zumbando yo más qpie un tábano al oído de una joven, á la que cantaba el credo cimarrón que cantan los enamora- dos, encontró la mamá, que nunca me tuvo por ángel de su coro, la manera de ahuyentarme, y fué ella pedirme que le obsequiase mi tarjeta fotográfica.— j Oh! señora, la dije, ¿para qué quiere usted el retrato de un mozo feo y desgarbado como 3'oV— Por eso mismo, por lo feo, me contestó. Me hace falta para asustar á mis nietecitos que son unos diablos de travie- sos.-Ya adivinará usted que me entraron súbitos escalofríos, al considerar que esa señora no era todavía para más que proyecto de suegra... i y ya suegreaba! ¡Qué porvenir tan rico

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126 RICARDO PALMA

y delicioso me sonreía si, por malos de mis pecados, que son pocos pero gordos, el proyecto hubiera pasado á la categoría de ley!

Como no la creo á usted capaz de abrigar burlesco pro- pósilo con su exigencia, y como dicen que la gracia del barbe- ro está en sacar patilla de donde no hay j>elo, vamos á ver si consigo dar saborcito tradicional y que al paladar de usted sea gustoso, á un cuento que contar á mi abuela que esté en gloria, que estará, porque fué más buena que el i>an cuando es de buen trigo y buena masa.

José Maní era un indio de Huacho, propietario, en la ju- risdicción de Lauriama, de tres hectáreas de terreno conocidas con el nombre de Huerto de José Maní.

Al dicho propietario le estorbaba lo negro de la tintaj es decir que, en materia de saber leer, no conocía ni la O por redonda ni la I por larga; pero ello no obstó para que, ven- diendo naranjas, chirimoyas y aguacates, adquiriese un decente caudalito y, con él, prestigio bastante para elevarse á la al- tura de regidor en el Cabildo de su pueblo.

En la cuaresma de 1795, los vecinos contrataron á un do- minico del convento de Lima para que se encargase de predi- car en Huacho el sermón de las Tres horas^ al que dio origen en Lima el jesuíta limeño Alonso Mesía y que, poco á poco, y por mandato pontificio, se ha generalizado en el orbe ca- tólico.

El Viernes Santo no cabía ya ni un alfiler de punta en la iglesia parroquial, tanto era el concurso, no sólo de los fieles residentes en el pueblo sino de los venidos de cinco le- guas á la redonda. Por supiuesto que José Maní, en traje de

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 127

gala, esto es, con capa española que le hacía sudar á chorros por lo recio de la estación veraniega, se repantigaba en uno de los cómodos sillones destinados á los* cabildantes.

El predicador, que era un pozo de sabiduría, después de un exordio en que afirmó, bajo la honrada palabra de fe de no recuerdo qué autores, que las suras del Koran son seis mil seis- cientas sesenta y seis, y que las palabras de Cristo Eli^ Eli, lamma sabachtani f>erteneoen á la lengua maya, y no al idioma hebreo, ni al asirlo, ni al sánscrito, ni al caldeo, entró de lleno en el tuétano de la Pasión.

Cada vez que el orador hablaba del huerto de Gethsemaní, las müadas del concurso se volvían hacia el cabildante José Maní, que se pwnía muy orondo al informarse del importante papel que su huerto desempeñaba en la vida de Cristo. ¡Qué honra para Huacho y para los huachanos!

Eso de que el predicador llamase al huerto Gethsemaní, y no Josemaní, lo atribuyeron los huachanos á lapsus Ungum muy disculpable en un fraile forastero. En toda pila falta alguna vez el agua, y hasta los académicos somos propensos á pro- nunciar disparatadamente, no diré si por distracción ó por ig- norancia. Siquiera cuando, en letra de molde, aparece Inlación (con h) en vez de ilación, 6 halija del correo, en lugar de valija, tenemos el socorrido recurso de echarle la culpa al cajista, especie de cordero pascual que carga con muchos pecados de los Uleratos.

Pero cuando el dominico dijo que fué en el huerto de Gelhsemanf donde los sayones judíos se apoderaron de la per- sona del Maestro, los ojos todos se volvieron á mirar al ensi- mismado huachano, como reconviniéndolo F>or su cobardía y vileza en haber consentido que, en su casa, en terreno de su propiedad, se cometiese tamaña felonía con un huésped. ¡Y qué huésped, Dios de Israel I

Hasta el alcalde del Cabildo no pudo dominar su indigna- ción, y volviéndose hacia José Maní le dijo en voz baja:

—Defiéndase, compañero, si no quiere que, cuando salga- mos, lo mate el pueblo á pedradas.

Entonces José Maní, poniéndose en pie, interrumpió al pre- dicador, diciendo:

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128 RICARDO PALMA

—Oiga usted, padre. No me meta á en esa danza, que yo uo he conocido á Jesucristo ni nunca le vendí fruta; y pido que haga usted constar que, si se metió en mi huerto, lo hizo porque le dio la gana y sin licencia mía, y que yo no tuve arte ni parte en que lo llevaran á la cárcel, y

¡ Aleluya ! j Aleluya ! Cada cual está á la . suya.

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PRUDENCIA EPISCOPAL

Conlómc mi queridísimo é inolvidable amigo Lavalle, para que hoy lo cuente yo á ustedes que, allá pwr los años de 1814, una monja del monasterio del Carmen se e.sai¡>ó cierta no- che para ir al teatro á gozar de la ópera italiana, representa- ción que por primera vez se efectuaba en Lima. Realizó su escapatoria aprovechándose de que estaba en limpia el ace- quión ó brazo de río que provee al convento; y cubierta la cabeza con pañolón lambayecano oyó, desde un oculto de pla- tea, cantar á Carolina Griffoni el Barbero de Sevilla del maes- tro Paisiello, que Rossini no había aún escrito la ópera del mismo título, con la que ha inmortalizado su nombre.

Con ánimo entre regocijado y receloso regresaba la (Ulettan' te, después de las diez de la noche, en medio del chipichipi ó garúa característico del invierno limeño, cuando al llegar á la Acequia de Islas se encontró con que los torneros habían soltado el agua, lo que para la monja melómana imposibilitaba la

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130 RICARDO PALMA

entrada al claustro por el mismo camino que, tres horas antes, utilizara para la salida.

En tribulación tamaña no le quedó á la desdichada otro recurso que el de dar aldabonazos á la puerta de la casa ar- zobispal, hasta que alarmado su ilustrísima que, en esos mo- mentos, concluida la colación chocolatesca, iba á acostarse en el lecho, mandó abrir y que entrase la impwrtuna.

Después de revelarle ésta su cuita y de escuchar humil- demente la merecida reprimenda, el sagaz arzobispo Las He- ras la hizo vestir la sotana, manteo y birretillo de su secre- tario, encaminándose al Cai*men con el improvisado familiar.

Llegados al monasterio dejó á éste en la puerta y, pene- ti'ando sólo en la portería, ordenó á la portera previniese á la comunidad que, bajo pena de excomunión ipso facto incurren- düy prohibía á las monjas asomar las narices fuera de la cel- da, hasta que él tocara la campana convocando á coro.

—¿Qué habrá? ¿qué será ello? se decían entre las mon- jitas, viéndose en el caso de la colegiala á quien preguntó el examinador si huevo era masculino ó femenino.— Eso, contes- tó la chica, será según y conforme, y no se puede saber hasta que del huevo salga pollito ó pwUila. Si sale pollito será mas- culino el huevo, y si sale pollita será femenino.

Alejada la hermana j>ortera para cumplimentar el manda- to, dio su ilustrísima entrada al fingido familiar, quien, ya en su celda, cambió rápidamente de vestido.

Cuando quince minutos más tarde se congregaron las mon- jas, el señor Las Heras dijo á la superiora:

Madre abadesa, contad vuestras ovejas.

Están completas, ilustrísimo señor. Veinte monjas y tres de velo blanco, contestó aquella después de pasar revista al rebaño.

—Bendigamos á Dios, hijas mías, porque ha resultado ca- lumnioso un aviso anónimo que recibí ayer.

Y con voz arrogante entonó el Te Deum laudamus^ acompa- ñándolo las monjas, que nunca supieron la verdad sobre lo que motivara la visita del arzobisp» en hora tan intempestiva.

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DICHARACHO DE UN VIRREY

Recelando el virrey Amat que, por hallarse España en apres- tos de guerra contra Inglaterra, alguna poderosa flota de la última intentase hacerse dueña del Callao y de Lima, proce- dió á organizar en la bendita ciudad de Santa Rosa varias compañías de milicias cívicas, cuyos jefes, oficiales y solda- dos fuesen todos nacidos en la península y contasen á la vez con recursos que, sin gasto para el real tesoro, les permitie- sen atender á su manutención y equipo. Por lo pronto, esta- ban obligados á concurrir dos ó tres veces por semana á ejer- cicios militares, y á lucir unifonne de parada en las fiestas oficiales á que el virrey asistiera.

Llegó el grandioso día de jurar bandera y pasar la primera revista á las compañías, las cuales se exhibieron en el orden siguiente :

Primera compañía, compuesta de castellanos y extremeños: 140 plazas.

Segunda compañía, formada por navarros y aragoneses: 128 hombres.

Tercera compañía, andaluces: 144 soldados.

Cuarta compañía, vizcaínos: 130 plazas.

Quinta compañía, asturianos: 118 hombres.

Sexta compañía, gallegos: 126 soldados.

Séptima compañía, catalanes: 121 hombres.

Octava compañía, formada por canarios, mallorquines, va- lencianos y de otras provincias del reino: 147 plazas.

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132 RICARDO PALMA

El virrey, acompañado de la Real Audiencia, Cabildo y al- tos empleados, presenciaba el desfile desde la galería de Pa- lacio. El pueblo, en la Plaza Mayor, palmoteaba y vivaba á cada compañía cuando su abanderado saludaba al represen- tante de la corona.

Como el virrey era catalán, acaso por lisonjearlo, fué más .estrepitoso el aplauso de la muchedumbre á la compañía ca- talana y á su capitán, que era nada menos que don Antonio de Amat, sobrino de su excelencia.

Un caballero andaluz que en la galería formaba parte de la comitiva palaciega, dijo á otro andaluz su vecino, no en voz tan baja que no alcanzase á oir sus palabras el virrey:

—Para insolencia y p ; Cataluña.

El catalanismo del excelentísimo señor don Manuel de Amat y Juniet se sintió como picado de víbora, y sin volverse hacia el impertinente comentador, contestó:

Para fachenda, holganza y truhanería, Andalucía.

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EL CORPUS TRISTE DE 1812

I

El 29 de Enero de 1810 se alzó en la ciudad de La Paz ignominioso cadalso, en el que fueron sacrificados don Pedro Domingo Murillo y ocho de sus amigos, por el crimen de haber enarbolado la enseña revolucionaria contra el gobierno de la metrópoli. Las últimas, pero proféticas palabras del tan va- leroso como infortunado caudillo, fueron:— Compatriotas, la ho- guera que he encendido no la apagarán ya los españoles... ¡Viva la libertad!

En efecto, lejos de que el espectáculo del cadalso atlerrori- zara al pueblo, volviéndolo manso para seguir tascando el freno, la idea revolucionaria se propagaba como un incendio, y el 14 de Septiembre el pueblo de Cochabamba proclamó los mis-

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RICARDO PALMA

mos principios por los que rindiera la existencia el mártir Murillo. Unidos los de Cochabamba á la división argentina que comandaban Castelli y Balcárcel, alcanzaron en Aroma una im- portante victoria.

El virrey del Perú encomendó entonces al arequipeño don José Manuel de Goyeneche la pacificación del territorio suble- vado; y el brigadier de los reales ejércitos, después de derrotar á los patriotas en la recia batalla de Guaqui, se dirigió sobre Cochachamba, donde nuevamente fueron vencidos los insur- gentes en la sangrienta acción de Viluma, quedando la ciu- dad á merced del vencedor, quien no anduvo parco en castigos y estorsiones.

Creyendo Goyeneche aniquilado para siempre en los cocha- bambinos el espíritu de rebelión, se encaminó con su ejército á Chuquisaca y Potosí, para batir á los guerrilleros argenti- nos; pero Cochabamba se insurreccionó nuevamente, y después de prisionera y desarmada la guarnición realista, fué aclamado y reconocido en el carácter de gobernador don Mariano An- tesana, criollo acaudalado y de gran prestigio en el pueblo por su ilustración y por lo enérgico de su carácter.

Goyeneche se vio forzado á desistir de la campaña iniciada sobre los rebeldes del Río de la Plata, y volvió sobre Cocha- bamba alentando á su ejército con una proclama, en la que decía á sus soldados que los declaraba dueños de vida y ha- cienda de los insurgentes, recomendándoles sólo que resp|e- tasen las iglesias y á los sacerdotes.

Aunque Antesana estaba convencido de la total insuficien- cia de elementos bélicos para resistir, con probabilidades de éxito, á las bien disciplinadas y engreídas tropas del brigadier arequipeño, y opinaba por una retirada hasta reunirse con fuer- zas argentinas, tuvo que inclinarse ante el entusiasmo del pue- blo, decidido á esperar á los españoles en posiciones que es- timaban ventajosas á pocas millas de la ciudad. Las mujeres eran las más exaltadas, y excedió de doscientas el número de las que, armadas con fusiles, lanzas ó machetes, se enrolaron entre los combatientes. Y que en el momento decisivo no sir- vieron de estorbo^ sino que se batieron como leonas, lo com- prueban los quince cadáveres de cochabambinas que el 27 de

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 135

Mayo de 1812 quedaron en las alturas de San Sebastián. En aquel feroz combate, el flamante Conde de Guaqui, sable en mano y á la cabeza de su escolta, espoleaba el caballo so- bre los fugitivos, gritando : ¡ Que no quede vivo uno sólo de esta canalla!— Y en efecto, no se tomó un solo prisionero, y la soldadesca se entregó salvajemente al repase de heridos.

II

Ocupada ese mismo día la ciudad por los vencedores, el desenfreno de éstos no tuvo límites. El saqueo, la matanza, la violación y el incendio dominaron en Cochabamba hasta la media noche del aciago 27 de Mayo.

Goyeneche, que blasonaba de católico fervoroso, pues men- sualmente confesaba y comulgaba, no quiso que el Jueves 28 de Mayo dejase de salir la procesión del Corpusy y dictó las ór- denes del caso, á la vez que piquetes de tropa registraban las casas, i>ara apresar á los vecinos principales denunciados como simpatizadores con la revolución vencida ó que, después de la derrota, se habían refugiado en su hogar.

El brigadier, acompañado de su Estado Mayor, en traje de parada y llevando en la mano el guión, concurrió á la fiesta que los cochabambinos bautizaron con el nombre del Corpus Triste, En el cortejo oficial iban diez ó doce de los notables de la ciudad, de esos que hoy llamamos oportunistas^ y que se ex- hibieron, más que por devoción, por miedo á Goyeneche. En cuanto al concurso popular , fué muy pequeño ; pero en cambio, formaron más de cuatro mil soldados. El Conde de Guaqui, con aire humilde y contrito, se arrodillaba y rezaba delante de los altares precipitadamente levantados en el tra- yecto que recorrió la procesión.

De cinco en cinco minutos, y á guisa de petardos, se oía una detonación de armas de fuego. En homenaje al Corpus Triste había dispuesto Goyeneche que, con pequeño intervalo de tiem- po, se fusilase en el cuartel de la Compañía á los patriotas apresados en la ciudad. Treinta fueron las nobles víctimas.

A la una del día terminó la procesión, y hallábase Goye-

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neche en el salón de la casa, agasajando con refrescos á los de la comitiva, cuando se presentó un oficial llevando á don Ma- riano Antesana, vestido con el hábito de descalzo franciscano, pues lo habían sacado del convento de la Recoleta donde los frailes creyeron conveniente disfrazarlo, precaución que no lo salvó de un picaro denunciante.

Viva satisfacción brilló en los ojos del Conde, y avanzando hacia el prisionero, le dijo:

jAh, señor Antesana! Me alegro de verlo. No esperaba semejante visita, que por cierto no me la hace usted de buena gana. Vendrá usted, arrepentido de su traición al rey nuestro señor, á i>edir gracia...

Antesana no lo dejó continuar, interrumpiéndolo con estas palabras, según lo relata el autor de las Memorias del último soldado de la Independencia.

—No, señor general: no soy hombre de cometer una indigni- dad cobarde. Estoy pronto á comparecer ante Dios. ¡Viva la patria !

La ira enrojeció el rostro de Goyeneche, y alzó la mano cris- pada como en actitud de embestir al noble prisionero; mas, re- portándose en breve, volvió la espalda y dijo al oficial:

Fusílelo usted dentro de una hora, y que se confiese si quiere.

Pisaban ya el umbral de la puerta Antesana y su acompañan- te, cuando el Conde, como recordando algo que había olvidado, gritó :

¡Ah! ¡señor oficial! Que no le tiren á la cabeza... la necesito intacta para clavarla en la plaza.

A las tres de la tarde sentaron á Antesana en im poyo de adobes, en la acera del oriente de la plaza. Su aspecto era sereno.

Cuatro soldados, á tres varas de distancia, dispararon sus fusiles sobre el pecho del gran patriota.

Su cabeza, clavada en ima pica custodiada por un piquete de tropa, permaneció tres días en la plaza de Cochabamba.

Así festejó don José Manuel de Goyeneche, primer Conde de Guaqui, el Corpus Chrísti de 1812.

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ASUNTO CONCLUIDO

El 2S de Septiembre de 1814 alzóse en la ciudad de La Paz un poste, colgado del cual se balanceaba un cadáver sobre cuya frente, y á guisa de Inri, habían puesto un cartel con estas palabras: Asunto concluido.

Y pues, á la corta ó á la larga, no hay tapada que no se destape, satisfagamos la curiosidad del lector, si bien confieso que, en esta tradición, me he embarcado con poca galleta. ¡Y digan, que de Dios dijeron!

Don Gregorio de Hoyos, natural de la Habana, marqués de Valdehoyos y brigadier de los reales ejércitos, fué enviado á Lima desde la madrileña Corte, allá por los años de 1812, con recomendación al virrey Abascal para que utilizase sus servicios. Nombrólo su excelencia Gobernador, Intendente y Comandante general de la provincia de La Paz, y en 4 de Junio de 1813 tomó posesión del cargo.

Era el marqués de Valdehoyos hombre de muchos méritos y virtudes, y del todo al todo ajeno á vicios. Ni siquiera tenía los instintos de Cortés y Pizarro, en lo de dedicarse á la con-

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quista de indias, pues su señoría hacía ascos á todo faldellín en cuerpo de buena moza.

Con él habría perdido lastimosamente su tiempo aquel cria- do de hotel que decía á cada huési>ed:--Si se le ofrece algo á media noche, llámeme con un solo golpe de timbre; pero si necesita á la camarera, que es muchacha preciosa y amiga de hacer favores, empleará dos golpes de timbre; y si le urgiere hablar con la mujer del patrón, que es bastante guapa,^ toque tres veces el timbre.

El señor Gobernador era de los que dicen que la mujer, en aritmética, es un multiplicador que no hace operaciones con un quebrado; en álgebra, la X de una ecuación; en geo- metría un poliedro de muchas caras; en botánica, flor bella y de grato aroma, pero de jugo venenoso; en zoología, bípedo lindo, pero indomesticable; en literatura, valiente paradoja de poetas chirles; en náutica, abismo que asusta y atrae; en me- dicina, pildora dorada y de sabor amargo; en ciencia admi- nistrativa, un banco hipotecario de la razón y el acierto, y... asunto concluido, frase que era obligada muletilla en boca del marqués, y con la que ponía punto, remate y contera á toda conversación.

La verdad es que, en cuestión de amorosos trapicheos, nun- ca dio su señoría un cuarto al pregonero; pues, con cerca de medio siglo á cuestas, no fué de aquellos mancarrones con más mañas y marraquetas que muía de alquiler, por los que se ha escrito:

que son como los membrillos, mientras más viejos más amarillos.

¿Qué parentesco tiene el toro con la vaca?— preguntaba un niño.

—El de marido— contestó la mamá.

—¿Y el buey?

—Será el de tío.

El de Valdehoyos estaba, pues, matriculado ante la opinión pública en la categoría de tío.

Dicho está con lo apuntado que las simpatías del bello sexo

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 139

paceño no acompañaban á la superior autoridad, y menos las de los barbudos, i>ara con los que desplegaba su señoría no poca aspereza de carácter. Era el marqués todo lo que se conoce por hombre de la cascara amarga. Rectos ó torcidos, sus man- datos habían de obedecerse, sin que por Dios ni por sus santos amainara en terquedad, por mucho que se le probase que al- gunas de sus disposiciones redundaban en deservicio del rey ó desprestigio del gobierno, y que eran violatorias de la libe- ral Constitución promulgada en Cádiz por las Cortes del año 12. Para el de Valdehoyos no había más credo político que— quien manda, manda, y cartuchera al cañón— que es el credo de los déspotas, y ponía término á toda discusión diciendo muy exal- tado:

Yo soy aquí el rey, yo soy la Constitución, yo soy todo V... asunto concluido.

II

En Julio de 1814 empezó á circular el runrún de que el brigadier Asunto concluido, apodo con que en todo el Sur del Perú era conocido don Gregorio, estaba designado i>or el vi- rrey para reemplazar al brigadier Pomacahua en la presidencia de la real Audiencia del Cuzco. Llegada la noticia á la ciudad incásica, la irritación popular no tuvo límites; y el 2 de Agosto se desbordó el torrente, y estalló la gorda con la famosa rebel- día encabezada por Pomacahua. Como sabe todo el que algo ha leído sobre historia americana, en un tumbo de dado estuvo el triunfo de la buena causa y el que la Independencia del Perú hubiera sido desde entonces un hecho.

La revolución se extendió también, como aceite en pañi- zuelo, por el Alto Perú, poniéndose á la cabeza de la indiada el famoso cura Muñecas, quien abandonando á su suegra, mote que algunos clérigos dan al breviario, se armó de sable, canana

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140 RICARDO PALMA

y trabuco, y el 24 de Septiembre emprendió el ataque de La Paz.

El marqués de Valdehoyos, con la pequeña guarnición es- pañola de que disponía, resistió hasta donde humanamente le fué posible; pero arrollado por el número, tuvo al fin que ren- dirse.

Cuatro días después, el 28, los indios, que desde la hora del triunfo se habían entregado á la bebendurria^ incendiaron el cuartel, mataron al Gobernador-Intendente y á más de cua- renta prisioneros, y... asunto concluido.

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UNA MODA QUE NO CUNDIÓ

Los matrimonios aristocráticos ó de personas acaudaladas se celebraban en Lima con muchísimo boato, allá en los tiem- pos del rey. Otro tanto pasaba con los bautizos.

En el oratorio de la casa de la novia se adornaba el altar con profusión de flores y de luces, y á las ocho en punto de la noche efectuaba la nupcial ceremonia un canónigo de la Cate- dral, el prior de alguna de las comunidades, ó el capellán de la familia, cuando no era cleriguillo de misa y olla, salvo las rarísimas ocasiones en que el arzobispo santificaba la unión. Sabido es que las personas de copete compraban el derecho de oir misa en casa y de mantener capellán rentado, amén de otros privilegios como los que tuvo el marqués de la Bula, y que han servido de tema para una de nuestras tradiciones precedentes.

A la ceremonia religiosa seguía, no un saragüete, propio de gente de poco más ó menos, sino un espléndido sarao que ter- minaba después de las doce de la noche. Por esos tiempos no se estilaba que los novios desapareciesen, como por escotillón, para ir á dar el primer mordisco al pan de la boda en una pintoresca casa de campo ó en uno de los elegantes balnea- rios vecinos á la ciudad. A lo sumo, después de despedidos los convidados, los cónyuges se hacían conducir en calesa á la casa en que iban á establecer el nuevo hogar.

En los antiguos libros parroquiales abundan las partidas

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de matrimonio en que el cura declara que sirvieron de testi- gos fulano y zutana, y que los padrinos de los contrayentes fueron san José y la Virgen. Tal era la fórmula de todo ma- trimonio entre pobres de solemnidad, hasta que el señor Be- navente, primer arzobispo republicano, la declaró abolida. Ese compromiso menos tienen ahora san José y la Virgen.

Doña Angela Zeballos, esposa del virrey Pezuela, se propuso singularizarse rompiendo de golpee y zumbido con la secular manera de hacer los matrimonios. Por lo menos había resuelto que sus hijas, si casaban en Lima, lo hiciesen diferenciándose de su*^ paisanas.

En 1817, derrotado por los patriotas de Chacabuco, regresó el brigadier Osorio, y para consolarse del agravio que Marte le infiriera negándole laureles en el campo de batalla, sje pro- puso cosechar mirtos en los dominios de Venus y de Himeneo. Ya era tiempo, pues su señoría el general frisaba en las cuarenta y siete navidades.

El 14 de Agosto de 1817 circuló entre la aristocracia limeña una esquela que á la vista tengo y la cual, copiada (id 'pedem litercr, dice:

Con El. Brigadier don Mariano Osorio, se casa dona Joaqui- na DE LA PeZÜELA y ZeBALLOS. LoS PADRES DE ÉSTA SE LO COMUNICAX A USTED^ esperando LOS ACOMPAÑE EN SU SATISFACCIÓN.

Nada de particular ofrecería la esquela si no la hubiese comentado don Manuel Joaquín de Cobos, regidor del Cabildo de Lima, encargado de la policía de la ciudad, personaje á quien estuvo dirigido el ejemplar que conozco.

Esc don Manuel Joaquín de Cobos fué autoridad muy popu- lar, y poseo una acuarela de Pancho Fierro que lo representa en traje de cabildante, con sombrero de tres candiles, bastón con borlas y espadín. Su señoría era gran devoto de las musas, y conozco de él un romance titulado Mi testamento, en el cual dice que és:

hijo de un macho y de una hembra, de cristiano matrimonio,

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 143

porque en mi tierra, á Dios gracias, no se la pone el demonio.

Pasaba don Manuel Joaquín por derrochador de agudezas de ingenio^ y cuentan que en 1815 casi anduvo á estocadas con el conde de Casa Dávalos, porque habiéndole llegado de Es- paña á un hermano suyo, que era todo un bobo de Coria, la cruz de Carlos III, le dijo á aquél el señor Cobos en plena tertulia de cabildantes:

—Felicite usted de mi parte á su hermanito por la seme- janza que con Nuestro Señor Jesucristo le ha dado el rey nuestro señor.

—No sé— contestó el conde, que era hombre de malas pul- gas,—en qué pueda parecerse mi hermano al divino Redentor.

—Hombre, en que á Jesucristo le dieron también una cruz... y n(^ la merecía.

—Usted, señor regidor, usa por lengua una cuchilla— le con- testó el condesito, volteando la espalda y enviándole después á sus padrinos. Entiendo que la sangre no llegó al río.

Dice el comentador de la esquela que, como de costumbre, se comió el 15 de Agosto en palacio á las cinco de la tarde; que la familia se levantó de la mesa á las seis, trasladándose al salón de ceremonia, donde damas y caballeros de lo más empingorotado de la ciudad esperaban á los novios; que pa- saron los asistentes á la capilla de palacio, en la que el íirzo- bispo Las Heras bendijo la unión, funcionando como padrinos los padres de la joven; que, terminada la ceremonia^ en vez del sarao que el concurso se prometía, empezó clona Angela á rezar en voz alta un rosario, con las obligadas oraciones de apéndice, á todo lo que la sociedad hizo coro; que coucliado el rezo, los recién casados y los padrinos subieron al cocho de gala, encaminándose al teatro, en el cual se daba aquella noche una famosa comedia de vuelos, la que terminó antes de las once; y por fin, que regresados á palacio, se cenó en fa- milia... y todo el mimdo á la cama.

Ya sp imaginará el lector que esta singular manera de hacer una boda no cayó en gracia á la créme limeña, > (¡ue ello fué

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144 RICARDO PALMA

la comidilla de todas las conversaciones, en las que á doüa Angela se la ponía como á hoja de perejil.

Tres meses después, en la Pascua de Diciembre, la viuda del marqués de Mozobamba del Pozo casó á una de sus hijas, habiendo repartido entre sus invitados la siguiente csquelita, que parece un sinapismo cargado de cantárida aplicado a la virreina.

La Marquesa de Mozobamba del Pozo convida a usted al

MATRIMONIO DE SU HIJA MERCEDES CON EL DoCTOR DON FaUSTINO DE

LA Cueva y Salazar, á las ocho de la noche del dIa 25, pre- viniéndole QUE NO HABRÁ ROSARIO.

Bien dicen los que dicen que de pequeñas causas nacen grandes efectos. Desde la noche del casamiento de su hija Joaquina, empezó la impopularidad del virrey Pezuela, á la que puso término el motín de Aznapuquio, que expulsó del país al representante de la corona.

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EL GRAN PODER DE DIOS

Cuando era yo muchacho oí, como frase corriente entre doncellas de malandanza, que, cuando querían deprimir el mérito ó precio de una alhaja, exclamaban haciendo un mohín nada mono:— iQuiá! Si este anillo se parece á los del Gran poder de Dios.

Así me ocupé yo por entoncas en profundizar el concepto, como me ocupo hogaño en averiguar de qué madera se fabrican las tablas de logaritmos; pero, cuando menos lo pensaba, saltó la liebre, 6 lo que es lo mismo, el origen de la antedicha frase. Ahí va sin más perfiles.

A principios de 1818 fondeó en el Callao, con proceden- cia de Cádiz, un bergantín con valioso cargamento de mercade- rías peninsulares. Su capitán era don Pepe Rodríguez, gadi-

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taño, y los treinta tripulantes eran también andaluces. Hasta el nombre del bergantín, armado con seis cañoncitos, era una pura andaluzada, como que se llamaba... (agáchate, lector, quo viene la bala fría)... se llamaba... (déjenme tomar resuello) se llamaba ¡¡El Gran poder de Dios!!

Lo pasmoso para es que la autoridad marítima de Es- paña, en esos tiempos de exagerado espíritu religioso, hubiera consentido que se bautizara con tan altisonante nombre á bar- quichuelo de menguado porte. Había mucho de irrisorio en tal nombre aplicado á tan pobre nave.

Para mí, sólo el arca de Noé podía aspirar á merecer la rim- bombancia del nombre; pues en un libro místico he leído que la tal arquita medía setecientos ochenta y un mil trescientos se- tenta pies castellanos, ni pulgada más ni pulgada menos, y que podía cargar, con buena estiba se entiende, y libre de vuelta d(i campana, cuarenta y dos mil cuatrocientas trece to- neladas. {Valiente mentir el del autor que eso hiciera estampar en letra de molde! Responda él, y no yo, de la exactitud de la mensura..

Entre los pasajeros de la embarcación vino un comerciante pacotillero, malagueño por más señas, conductor de una gran caja que encerraba aretes y sortijas, las que, en vez de piedras fínas, lucían cristal de Bohemia imitando el rubí, el zafiro y el brillante.

El pacotillero era hombre simpático y de letra muy me- nuda; y las alhajas, aunque hechizas, no carecían de forma ar- tística. Poquito á poquito, y de casa en casa, fué el mercader colocando la mercancía entre las mujeres del pueblo, en menos de un mes y con una ganancia loca. Hasta las jóvenes de la aristocracia, cuando vestían de trapillo para visitas de vecindad, no desdeñaban lucir aretes de coral falsificado. En una j>ala- bra, las alhajas y otras chucherías traídas por El Gran poder de Dios se pusieron á la moda en Lima.

Con la bodega ya escueta, zarpó el bergantín en Mayo con rumbo á Guayaquil, donde, como cargamento de retorno, debía embarcar competente cantidad de sacos de cacao. Terminada la operación, en la mañana del 20 de Junio dejó la ría de

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Guayaquil, y el 21, á poco de haber perdido de vista la Puna, fué abordado pwr el corsario chileno La Fortuna,

El Gran poder de Dios no estuvo á la altura fanfarrónica de su nombre, pues se rindió sin oponer más resistencia que la que opone una pulga á los dedos pulgares.

El Gran poder de Dios fué llevado como buena presa á Co- quimbo ; y algunos meses después una braveza de mar lo arrojó sobre la playa, probando así una vez más que los nombres alti- sonantes son, con frecuencia, pura filfa y grandísima mente- catería.

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¿CARA O SELLO?

En cierta noche del año 1824 hallábanse en un mezquino cuarto de posada, en la ciudad de Huamachuco, en conversación íntima, sazonada con sorbos á una taza de y besos á una copa de ron de Jamaica, dos caballeros que vestían uniforme militar y que, por su fisonomía y acento, denunciaban de á legua su nacionalidad europea. Eran los coroneles irlandeses Arturo Sandes y Francisco O'Connor, ambos al servicio del ejército colombiano.

O'Connor había llegado en la tai'de á la ciudad, y como de larga data no veía á su camarada Sandes, ya supondrá el lector que tendrían mucha tela para cortar, muchas confidencias por hacerse y muchas añoranzas que compartir. Llevaban una hora de expansiva charla, cuando á un discreto golpe en la puerta, anunciador de visita, contestó O'Connor:— ¡Adelante!

El que venía á interrumpir el coloquio de los amigos era nada menos que el general Antonio José de Sucre, cuya frente

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orlaban ya los laureles de Pichincha, y que en breve obtendría también los de Ayacucho.

O'Connor llamó al asistente, y le ordenó que sirviese taza de y copita de ron al general.

Reanudóse la conversación, que fué toda sobre política y planes militares de campaña, y á propósito de un expreso que pocas horas más tarde debía salir del cuartel general con pliegos para Quito, dijo Sucre:

—Aproveche usted de la oportunidad, coronel Sandes, si quie- re enviar alguna carta. Yo que no le falta á quien escribir.

—No tengo urgencia— contestó lacónicamente el irlandés.

—Hablemos— continuó Sucre— con franqueza de soldados y de caballeros. que usted pretende, en Quito, á la hija del marqués de Solanda. Yo también pretendo casarme con esa señorita, y como nuestra sangre no se ha de derramar por otra causa que pwr la libertad americana, me permito proponer á usted que confiemos á la suerte nuestra pretensión. Tiremos un peso al aire para ver quién gana la mano de la marquesita.

Convenido, general— contestó Sandes con la genial flema irlandesa.

jEal O'Connor, saque usted un peso de su bolsillo— pro- siguió Sucre,— elija usted, Sandes...

¿Cara ó sello?

—No, mi general: elija usted, como mi superior.

—Precisamente por eso no debo ser el primero en elegir. No es asunto de servicio militar...

—Sino del servicio del dios Cupido— interrumpió O'Connor —servicio en que la igualdad es absoluta, pues en levas de amor no hay tallas. Déjense de cortesías, y acuérdenme el derecho de elegir.

—¡Muy bien! ¡ Aceptado !— contestaron á una los rivales.

—Cara para el general y sello para mi paisano— dijo O'Con- nor, y lanzó im peso fuerte hasta la altura del techo.

La suerte fué adversa para el coronel irlandés.

¡Ah! [Los Libertadores! ¡¡iLos Libertadores!!!

En los tiempos de la capa y la espada los líos amorosos se desataban á cintarazos. Los Libertadores supieron, hasta en

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MIS ULTIMAS TRADICIONES 151

eso, romper con el rancio pasado, y jugaban la posesión de la dama á cara ó sello. Fueron muy hombres y... muy cundas.

*

Siendo ya Presidente de Bolivia, el general Sucre envió po- der á Quito para su casamiento con la marquesa,